Título original: Requiem for a Heavyweight
Año: 1962
Duración: 93 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Ralph Nelson
Guión: Rod Serling
Música: Laurence Rosenthal
Fotografía: Arthur J. Ornitz
Reparto: Anthony Quinn, Jackie Gleason, Mickey Rooney, Julie Harris, Stanley Adams, Madame Spivy, Val Avery, Herbie Faye, Muhammad Ali.
Producción: Columbia Pictures
En otro momento, no precisamente éste, habrá que detenerse a considerar, en términos generales, por qué el género del boxeo ha dado tantas obras maestras al Séptimo Arte. De momento, nos bastará con atender a un filme poco conocido, pero esencial, un auténtico peso pesado del cine ambientado en el mundo del cuadrilátero, tan sórdido como romántico, tan duro como tierno, tan real como la vida misma: Réquiem por un boxeador (Requiem for a Heavyweight, 1962) dirigida por Ralph Nelson.
Decimos «en el cuadrilátero», pero, en rigor, las mejores producciones del género no reflejan tanto las evoluciones de los personajes dentro del ring cuanto fuera de él. Especialmente, a partir del momento en que los héroes de los guantes de cuero se ven forzados a colgarlos, darse una ducha, ponerse una tirita en la ceja y enfrentarse con el mundo exterior. Similar sentimiento de pérdida, de melancolía, de desencuentro, de desorientación, parece acompañar el jubileo, poco jubiloso, del minero, del militar, del marinero. También a propósito de estos licenciamientos pueden encontrarse no pocas joyitas en la historia del cine.
Y es a casi a todos los jubilados suele ocurrirles algo parecido. El retiro profesional de un músico suele producirle desconcierto. El ministro cesante padece desgobierno emocional. El sastre o el operario de taller mecánico, desarreglos varios. El boxeador retirado experimenta una letárgica postración…
En la primera secuencia de Réquiem por un boxeador ya tenemos prefigurado el futuro del protagonista, Mountain Rivera (Anthony Quinn: soberbio, conmovedor). En un plano secuencia frío como el hielo y tenso como una liana, la cámara muestra una larga fila de veteranos del ring, acodados sobre la barra de un bar, pendientes de la retrasmisión del combate de Mountain contra Casius Clay, interpretándose éste a sí mismo. Rostros curtidos, tallados a golpe de martillo, ojos brumosos e hinchados contemplan el horizonte vacío, que no es otro que el suyo propio. Muy pronto, Mountain, a punto de caer KO, se pondrá al final de la cola de los derrotados. Ser tumbado por Clay no debería suponer una ofensa. Ser retirado por el campeón casi debería considerarse un honor. Pero, para estos hombres duros, de honor fraguado al rojo vivo, el señalarles la puerta de salida del gimnasio y salir de las doce cuerdas representa encajar el revés más demoledor.
La montaña se ha desquebrajado. La retina del gigante caído ahora sólo columbra ante él al peor de sus contrincantes: un mundo incierto que no entiende, un futuro indefinido, un grupo humano extraño (civil) no regido por la norma de los asaltos, las campanadas, los golpes bajos. O no casi. Hasta ahora, la gente sólo significaba público, caras desencajadas gritando y rugiendo, o simplemente contemplando la victoria y la derrota del púgil.
A Mountain sólo le queda ahora su preparador y su manager. El fiel Army (Mickey Rooney, en el mejor papel de su carrera) es el cuidador del «campeón», dentro y fuera del ring. Su niñera y guía, su ángel de la guarda, su armada invencible. El gigante Quinn sólo tiene el hombro de este gran amigo de baja estatura para intentar salir adelante y no desfallecer. El manager Maish Rennick (Jackie Gleason, frío y sensible a la vez), vigila que el negocio no decaiga, que las cuentas cuadren, que las cuerdas no se destensen, dentro y fuera del cuadrilátero. Ha hecho unas apuestas dudosas, canallas y —todo acaba descubriéndose— traidoras. Y ha perdido. Los tres han perdido. Los acreedores van a por él, quieren el dinero. Maish, no puede pagar y teme «cobrar», intenta escapar por los túneles del recinto deportivo. El corpulento Maish (Jackie, el Gordo de Minessota en El buscavidas/The Hustler, 1961) corre como un gamo, sorprendentemente ágil a la vista de su volumen (él también es un peso pesado). En los pies le va la vida. Finalmente, los cobradores del cash acorralan a Maish en el ring. O pagas o te eliminamos. Dadle una lección para que sepa con quién se las tiene que ver.
Mountain, mientras tanto, busca trabajo. Pero, ¿de qué? Sólo sabe boxear. Lo único que ha hecho en los últimos diecisiete años. Tiene que ganarse el sustento, hacer lo que sea. Aunque la vida fuera del ring no está hecha a su medida. Demasiado robusto para entrar en un uniforme de acomodador en una sala de espectáculos, es rechazado, invitado a salir de la fila de solicitantes de este empleo para ponerse a la cola del paro. Tampoco aquí sabe cómo comportarse. El gigante Polifemo apenas puede ver lo que tiene delante y lo que le espera. Ni siquiera se entiende lo que dice. Medio sonado, no habla, farfulla. En la oficina de colocación, asustado, quiere escapar, él, Mountain, quien jamás abandonó una pelea ni hizo trampas. Army, cual hada madrina, impide la huida. A empellones lo introduce en la oficina. Ha llegado su turno.
Una joven funcionaria Grace Miller (Julie Harris), tímida y apocada, con una recatada «rebeca» sobre sus hombros, está sentada tras la mesa del despacho. Antes de atender a Mountain debe enfrentarse al turno anterior, un hombre airado, que protesta y le levanta la voz: no es justo, exclama, que le despidan, mientras usted, señorita, no hace nada para remediarlo. Hablará con el supervisor y se va a enterar.
Miss Miller, tras la escena, todavía tensa, escucha, finalmente, lo que Mountain tiene que decir. Pero, oiga, no ha cumplimentado algunos apartados del cuestionario. Las maneras de la agitada funcionaria, poco a poco van suavizándose. ¿Qué sabe hacer? Boxear. ¿Qué más? No sé, cualquier cosa, puedo aprender. Pero, ¿qué? ¿Qué le parece trabajar de monitor en un campamento para niños? Mountain acorralado en el rincón, sólo logra recuperarse, antes de que suene la campana, cuando recobra el orgullo: ¡yo, Mountain, he estado muy cerca de ser campeón del mundo de los pesos pesados!
Abandona el despacho. La señorita Miller sale tras él. Pero Mountain y Army ya han entrado en el ascensor, de bajada. Un hermoso plano nos muestra a ambos callados, abatidos, agarrados a las barras del elevador, trasunto de un ring, de otro ring. Poco después, Miss Miller intenta localizar al señor Rivera en la dirección de contacto guardada en la oficina. Mountain mata el tiempo en el bar situado en el bajo del hotelucho donde habita. Reserva de antiguos boxeadores, cementerio de gigantes.
El encuentro en el bar entre "la bella" y "la bestia" es memorable. Grace intenta convencerle para que acepte el trabajo ofrecido. Hablan, ríen, beben cerveza. El encuentro extra-profesional adquiere la forma de una cita personal.
¿Está casada? ¿Cómo que no? Tan hermosa y joven. Salen al exterior. Sabe, Miss Miller, los muchachos pensaban que estamos saliendo. La joven coge un taxi de vuelta a casa. Antes de que el vehículo arranque, la muchacha le recuerda a Mountain que debe presentarse a la cita de trabajo. Mountain no piensa en appointment sino en date. La cámara desde lo alto de una grúa lo muestra feliz como un adolescente, salta, suelta los puños al aire, como cuando era boxeador, como cuando era alguien.
¿Está casada? ¿Cómo que no? Tan hermosa y joven. Salen al exterior. Sabe, Miss Miller, los muchachos pensaban que estamos saliendo. La joven coge un taxi de vuelta a casa. Antes de que el vehículo arranque, la muchacha le recuerda a Mountain que debe presentarse a la cita de trabajo. Mountain no piensa en appointment sino en date. La cámara desde lo alto de una grúa lo muestra feliz como un adolescente, salta, suelta los puños al aire, como cuando era boxeador, como cuando era alguien.
¿Qué pasa con Maish? A Maish se le acaba el tiempo. Llegó la hora de pagar la deuda. Necesita a Mountain para que el negocio siga en pie. Le ha buscado empleo como luchador de pega, en la lucha libre, hacer de «clown» disfrazado de jefe indio. Sin catch no hay cash. Me lo debes, Mountain. El gigante vacila. Tiene las piernas cansadas, los pies de barro y un gran corazón. Es fiel y nunca ha aceptado sobornos. ¿Quién dijo que los «pobres» no tienen moral? Army recrimina el egoísmo y la insensibilidad de Maish. Pero, el manager, como todos los demás, sólo anhela sobrevivir. No es un malvado, a pesar de todo. Simplemente, está acorralado, entre las cuerdas.
El «campeón» es débil y, finalmente, cede a la presión de Maish. Miss Miller vuelve a la carga. Otro encuentro hermoso entre ambos, muy romántico, en la habitación del coloso acobardado. De la escena emana una gran sensualidad. Mountain la recibe con el torso desnudo, recostado sobre la cama. Esta vez, entabla un combate muy especial: hombre y mujer. Invita a la púgil del amor a que se desprenda del abrigo y el pañuelo del cuello. El ajustado jersey remarca sus pechos. Más que una escena de amor, vemos un duelo de soledades. Dos cuerpos con deseo del otro, y, sobre todo, deseando ser deseados. Si la chica no va a la montaña, Mountain va hacia la joven. La atrae hacia sí, y caen en la lona de la cama. Pero, ella, reactiva, reacciona. Decide incorporarse antes del número diez. Cuando suena la campanada que marca las doce, cinderella sale huyendo. Se ha dejado algo. El pañuelo. Acaso también la última oportunidad de ser abrazada por un hombre.
A Mountain tras el último combate en el ring le espera el otoño cheyenne. Disfrazado de indio, salta al ruedo. El público brama, se burla del payaso. De pronto, el gran jefe —«Big Chief Mountain Rivera»— recobra el orgullo. ¿Qué sería de su vida sin orgullo? Levanta el hacha de guerra. Entona el canto del guerrero, el luchador que pugna por no ser vencido otra vez.
Réquiem por un boxeador. Historia dura. Película hermosa, inspirada, filmada en estado de gracia. El director Ralph Nelson realiza aquí su primera película. No podía empezar mejor. Pero, ay, nunca volverá a hacer nada semejante, ni por aproximación. Sin embargo, el género sí acogerá otras obras maestras.