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lunes, 26 de marzo de 2012

LAS COSAS CAMBIAN (1988)



Título original: Things Change
Duración: 100 minutos
País: Estados Unidos
Director: David Mamet
Guión: David Mamet & Shel Silverstein
Música: Alaric Jans
Fotografía: Juan Ruiz-Anchia
Reparto: Don Ameche, Joe Mantegna, Robert Prosky, J.J. Johnston, Ricky Jay, Mike Nussbaum, Jack Wallace, William H. Macy, Clark Gregg
Producción: Filmhaus, presentada por Columbia Pictures


No ha sido planificada la secuencia de las dos últimas reseñas cinematográficas en Cinema Genovés. Pero, vista ahora, ofrece un contraste muy sugestivo y sugerente. Tras haber revisitado hace un par de semanas la epopeya y la monumentalidad, la brutalidad y el naturalismo, de una película emblemática del género gángster contemporáneo, como es Érase  una vez en Ámerica (1984), traemos hoy a nuestro espacio un film lírico y sencillo, sereno y recreador, cual es Las cosas cambian (Things Change), dirigido por David Mamet cuatro años después del film de Leone. De la tragedia de tintes clásicos sobre el gangsterismo pasamos a una comedia amable ambientada en el mundo de la mafia.
Hace tiempo que me apetecía escribir una entrada en el blog dedicada al cine de David Mamet. Autor teatral, ensayista y reputado guionista, ha firmado, además de los textos dirigidos por él, trabajos tan célebres y celebrados como El cartero siempre llama dos veces (The postman always rings twice, 1981 – Bob Rafelson); Los intocables de Elliot Ness (The untouchables, 1987 – Brian de Palma);    Glengarry Glen Ross: éxito a cualquier precio (Glengarry Glen Ross, 1992 – James Foley); Vania en la calle 42 (Vanya on 42nd street, 1994 – Louis Malle). El paso que da al campo de la dirección no cabe, en general, juzgarlo de excepcional, aunque contenga títulos bastante atrayentes. Por lo que a mí respecta selecciono y distingo, además del film que hoy nos ocupa, Homicidio (Homicide, 1991); El caso Winslow (The Winslow Boy, 1999); State and Main, 2000.
Hay cineastas a quienes les encanta dar la nota en todo lo que hacen, de principio a fin. Mientras que otros, empezando por dar el tono al espectador sobre lo que viene a continuación, le animan a que llegue hasta el final . Por ejemplo, por medio de un iluminador prólogo de la película, a veces coincidente con la secuencia inicial de títulos de crédito. Este segundo caso es el de Las cosas cambian, título que juega irónicamente con los elementos del azar y el juego, la transferencia y el enredo, tan frecuentados por Mamet. En el arranque de la película, vemos pasar las páginas de un viejo álbum de fotos sobre el que reposa una moneda, no menos antigua, de cuño italiano (elemento clave en la trama).

Se trata de instantáneas que nos retrotraen al pasado del protagonista Gino (Don Ameche), a la vieja Sicilia, al mar, al barco de pesca, el sueño que alberga el personaje en su interior desde que emigró a América, donde ahora trabaja de limpiabotas, mejor es eso que morirse de hambre en la tierra de origen. Para lograr el barco de pesca que lleve a este hombre  tranquilo, anciano y sereno, de vuelta a Sicilia, a este Fausto de manos finas y fuertes que el betún no ha ennegrecido ni el cepillo arañado (tampoco su corazón), por conseguir esa barca de Caronte que le lleve de vuelta al lugar de donde todos provenimos, por esa pieza valiosa, Gino está dispuesto a no rechazar la oferta que le hace una familia mafiosa de Chicago: cargar con el crimen cometido por un capo que tiene un gran parecido físico con nuestro héroe. Tres años en la cárcel y al salir de vuelta al paraíso. La ironía que no cesa…


Hasta que llegue el lunes, y quede formalizada la patraña, a Gino le asignan un guardián Jerry (Joe Mantegna), con la tarea de custodiarle durante el fin de semana hasta su presentación en el juzgado. ¿O será un escudero, un guardaespaldas, un ángel de la guardia? En cualquier caso, Jerry es un pobre diablo —lo mismo que el cabeza de turco siciliano, vaya par— un matón del tres al cuarto caído en desgracia, puesto a prueba por los jefes porque no sabe cumplir con su trabajo como se le manda. En esta ocasión, no va a haber una excepción.


Ensayan juntos los términos de la confesión. Gino es hombre sencillo y poco instruido, pero es un tipo listo y despierto. Memoriza el guión en pocos minutos. ¿Qué hacer ahora para pasar el weekend? Ojeando una time out, Jerry observa un anuncio: «¿Por qué no sale de la ciudad y hace una escapada hasta el lago Tahoe?». Este pistolero de agua dulce, que intenta hacerse el duro, aunque le pierde su buen corazón, desea ofrecerle al pobre diablo de Gino un fin de semana de fantasía antes de encerrarlo tres años entre barrotes, un poco de diversión y entretenimiento, que sea rey por dos días, en una suite de ensueño y —¿por qué no?— con unas chicas que despierten su deseo durmiente.



Todo es un cuento y como tal hay que tomárselo. Gino no se convierte en príncipe en este lugar de ensueño, entre arboledas milenarias y lagos apacibles, aunque sea tomado por un mandamás de la mafia. El capo local, Joseph «Don Giuseppe» Vincenzo (Robert Prosky), al tanto de la presencia en sus dominios de un grande desconocido, le hace una invitación que no podrá rechazar: ir a comer a su mansión. Allí, está a punto de ser descubierto, pero Gino desenfunda de su bolsillo una moneda antigua que obra el milagro: de un amico a un altro


El arcano se hizo níquel y los cuchillos vuelven a esconderse. Esta moneda no es vil metal sino energía mental, memoria abisal, que volverá a sacarle de otro serio aprieto al final del film, resolución que, por supuesto, no voy a desvelar aquí.
Película sobre el paso del tiempo y la amistad, la traición y la fidelidad, los viejos sueños y la segunda oportunidad, la vida serena y la tranquilidad de ánimo, Las cosas cambian nos muestra que, después de todo, la realidad es y será siempre la misma. Un eterno retorno.


miércoles, 21 de marzo de 2012

LUCK (2012): UNA SERIE CON MALA PATA



Infortunada y desafortunada. La serie de televisión «Luck» decepciona y defrauda sin paliativo alguno. Algo similar ocurrió, por lo que a mí respecta, con la serie «Broadwalk Empire», reseñada en su día en este espacio. Un producto decepciona cuando uno confía en disfrutar con él, cuando a primera vista atrae e incluso ilusiona. Hasta que llega la hora de la verdad, ese gran tribunal que pone las cosas en su sitio. No nos desengaña aquello que ya sospechamos de escasa calidad desde un primer momento. Nos defrauda aquello que juzgamos como escamoteado; dejándonos, en consecuencia, mosqueados. Por ejemplo, la expectativa de no ver complacidos ni satisfechos nuestro tiempo y nuestra atención.

¿Qué estaba anunciado a la sazón? Nada menos que el estreno de una nueva serie patrocinada por la HBO. Creada por David Milch, responsable de la magnífica, y asimismo incompleta, Deadwood); el primer episodio, dirigido por Michael Mann, quien ha firmado uno de los mejores títulos de acción de los últimos tiempos, Heat (1995), así como cintas bastantes notables: El último mohicano (The Last of the Mohicans, 1992) y Collateral (2004). A la cabeza del reparto Dustin Hoffman, Nick Nolte y Dennis Farina. La trama está ambientada en el mundo de las carreras de caballos y las apuestas. Estrenada el 29 de enero en EEUU, tiene prevista la conclusión de la primera temporada, compuesta de 9 episodios, el 25 de marzo. Hasta aquí todo no sólo normal, sino también muy prometedor. Entonces, ¿qué?


Para empezar, he tenido la oportunidad de visionar el episodio piloto, el que sirve, como es habitual, de carta de presentación de una producción, el que da una idea al espectador de lo que le espera, razón por la que debe cuidarse con mimo para atraer al público desde el primer momento; de su buena o mala acogida depende el futuro de la serie. Hay tantas cosas novedosas que atender y tanto valioso por revisitar que no queda tiempo para más… contemplaciones

Pues bien, lo dicho: muy desilusionante. La historia, sencillamente, no existe, o no interesa apenas. Si pretenden ponerse interesantes en los próximos episodios, para mí que llegarán tarde, que yo ya me habré ido. La presentación de personajes, convencional, y hasta vulgar. La dirección, ay, de pena. Mann, qué mal…


Por si esto fuese poco, resulta que la serie ha tenido sus tropiezos y una evolución accidentada. Aprobada la continuación en una segunda temporada por parte de la productora, y cuando estaba rodándose el segundo episodio de la misma, la muerte de un tercer caballo —desde el comienzo de la serie—, como consecuencia de desgraciadas vicisitudes en el rodaje, ha precipitado la cancelación definitiva del proyecto. Incluso la emisión de los capítulos todavía inéditos de la primera temporada está en el aire. Ya saben ustedes: con las asociaciones en defensa de los «derechos» de los animales hemos topado. Grupos poderosos y de (mucha) presión. ¡Y en pleno año de War Horse de Steven Spielberg…!


Como puede comprobarse, todo son adversidades y reveses en Luck (título muy adecuado...; premonitorio, casi gafe), en un año ávido de estrenos y novedades interesantes. De momento, todavía por venir. Una serie con mala pata.




¡Extra! ¡Extra!
 

Pero, que no cunda el desánimo. Porque siempre nos quedará el cine clásico. Pocos días antes de la frustrante experiencia de Luck, tuve una espléndida sesión de cine de primera calidad, ambientada también en las carreras de caballos: National Velvet (Fuego de  juventud, 1944), película dirigida por Clarence Brown y protagonizada, en sus principales papeles, por Mickey Rooney, Donald Crisp, Elizabeth Taylor y Anne Revere. Resénvenle un espacio a este soberbio film. Es una sincera y amistosa recomendación de Cinema Genovés.



PS: Acaban de leer ustedes la entrada número 100 en Cinema Genovés. Un motivo de celebración a compartir. Salucines.



lunes, 19 de marzo de 2012

LA MODERNIDAD ACABA CON LA HISTORIA DEL CINE



Carlos Losilla, La invención de la modernidad. O cómo acabar de una vez por todas con la historia del cine, Cátedra, Madrid, 2012, 248 páginas


 
La verdad por delante y el que avisa no es traidor. He aquí un ensayo cinematográfico que interesará básicamente a los aficionados preocupados por los problemas teóricos en el séptimo arte; y, aun digo más, familiarizados también con la filosofía. Sé de lo que hablo. 

Absténgase, pues, quienes se acerquen al cine por simple gusto, para pasar un buen rato, para entretenerse. Pierda toda esperanza de comprender una palabra de lo aquí contenido quien se atreva a asomarse a las puertas del infierno del cine pre-moderno, esto es, allí donde purga sus pecados lo que queda del cine clásico, el de toda la vida, el que nos ha hecho (y todavía nos hace) pasar tan buenos momentos, el que fue creado para que los sueños del espectador se hiciesen realidad.

Resulta que sobre este cine de barrio y doble sesión, de pipas antes que de palomitas, cine de películas de aventuras y acción, de grandes estudios y superproducciones, de seriales y series B, de estrellas e ilusiones, de magia y diversión, sobre este cine, digo, que algunos tildan de antañón, se cierne la sombra de la invención de la modernidad. Que, por lo visto, tiene licencia para matar al cine «antiguo», retirando las latas caducadas... De ahí el título del libro que hoy nos ocupa en Cinema Genovés; especialmente, el subtítulo: «o cómo acabar de una vez por todas con la historia del cine». 


Está escrito por Carlos Losilla (Barcelona, 1960), profesor de Teorías del Cine en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Autor de una notoria obra crítica, el presente ensayo puede entenderse como la continuación lógica de otros trabajos anteriores: La invención de Hollywood. O cómo olvidarse de una vez por todas del cine clásico (2003) y Flujos de la melancolía. De la historia al relato del cine (2011). Ciertamente, el paso dado ahora con el nuevo ensayo es consecuente y coherente, cosa muy de agradecer por lectores, espectadores y público en general. Para mayores sin reparos, podríamos decir. Porque es justo hacer notar una circunstancia extraordinaria: en esta ocasión, los críticos del cine clásico y la historia del cine se expresan con franqueza y sin subterfugios. Léase sino la siguiente declaración que sirve de presentación del libro:

«¿Es el cine moderno una evolución natural que procede del clasicismo? ¿O por el contrario se trata de una construcción, de una invención pactada entre críticos y cineastas, allá por las postrimerías de los años cincuenta, para dar continuidad a las formas del cine americano por otros caminos?» 


Hasta el momento no había sido reconocido el delito con tanta naturalidad y nitidez (me refiero al segundo interrogante; por retórica, el que conlleva la implícita respuesta afirmativa). Llamándonos «conspiranoicos» a quienes barruntábamos tal posibilidad. Carlos Losilla no tira la piedra (o no dispara a quemarropa sobre el pianista de Casablanca) y esconde la mano. Las cosas claras, pues. No se trata del «sí, pero no», igual me da Ana que sus hermanas, que me da igual. Aquí ha habido un deceso —la historia del cine—, aquí huele a muerto, y no puede añadirse a continuación, alegremente, a modo de disculpa, mirando para otra parte: «y yo no he sido…». Ni tampoco: «entre todos la mataron y ella sola se murió». O lo uno o lo otro.

El intríngulis del asunto —o tal vez el MacGuffin de la cosa— está en saber si estamos todos dispuestos a participar en la ceremonia de la confusión y ser parte activa en el crimen. Y, en consecuencia, como señala el autor del libro, «negar la historia del cine para dar paso al relato». Pero, ¿qué diferencia hay entre ambos conceptos?

«El relato hace que existan muchas historias, y, por tanto, destruye la historia, o por lo menos eso debería hacer: el relato, en manos del poder, corre el peligro de transformarse en historia oficial y, por lo tanto, convertir la subjetividad en (falsa) objetividad.» (pág. 12).

¿Alguna duda al respecto? ¿Que desean ustedes una versión de la cita doblaba al español y sin subtítulos? ¿Y en pocas palabras, además? He aquí: «la historia es el argumento y el relato es la trama.» (pág. 11).

¿Que sigue sin estar claro? Pues, amigos míos, entonces, lean el libro ustedes mismos. Y ya me contarán...


En mi doble condición de aficionado al cine y filósofo (les ruego me disculpen), me conmueve este discurso de defensa de la modernidad desde los presupuestos básicos de la posmodernidad, una invención y una moda que creía en retirada, demodé. Que si la muerte de Dios, que si la muerte del Hombre… Y ahora la muerte del Cine. Sin ir más lejos, aquella recusación de la historia (la muerte de la Historia), a favor del relato, hace décadas que no la escuchaba. Será porque ya no frecuento las universidades.

Con todo, no es cuestión de ponerse gallardo y, elevando la voz, responder al desafío: «Los muertos que vos matáis… gozan de buena salud». O bien: «A Dios pongo por testigo que nunca más volveré a pasar hambre… de cine». Pues esto sería un brindis por los viejos tiempos que no dejaría de ser un brindis al sol.

En verdad, el cine está muerto. A ver, ¿quién ha sido? La historia del cine ha muerto. ¡Viva el cine!