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lunes, 28 de enero de 2013

LA LECCIÓN DE BILLY WILDER



Me recordó la anécdota cinematográfica que les traigo esta semana en Cinema Genovés un caso, no menos real que el aquí referido, el cual ha sido contado por un amigo, escritor también, en Facebook, recientemente. Acababa mi amigo de recibir una «oferta» por parte de una especie de editorial, consistente —aunque yo diría que muy poco sólida— en lo siguiente:

«Encontré su contacto buscando nuevos autores en Internet. Me gustaría leer una breve biografía suya, el resumen de una obra completa que quiera publicar y una muestra de la misma, para valorar si encaja en nuestra línea editorial. Con los autores que tienen pocos o ningún libro publicado en España trabajamos en coedición, cubriendo la mitad de los gastos de edición. En este caso trabajamos durante dos años junto con el autor para darle a conocer en España. Le agradezco de antemano y quedo a la espera de sus noticias.»

El receptor de la misiva, autor de una considerable obra, en cantidad y calidad, respondió con ironía y un punto de sarcasmo. He aquí el resumen: «Por supuesto que iríamos a medias en los gastos: ustedes aportan el gasto de dinero en metálico y yo el gasto de materia gris, trabajo y tiempo indispensables para escribir un libro.» Y así de paso, añadía, les enseño a ustedes el oficio de editar, los buenos modales y a saber distinguir el género con el que se trabaja.

Al estar familiarizado yo mismo, por motivos profesionales, con el mundo editorial, les aseguro que este caso no es el único. También en el mundo de la banca pasan cosas parecidas, y aun mucho más serias y onerosas. Acude uno a una entidad bancaria con el propósito de abrir una cuenta y le preguntan por su solvencia. ¿Qué pasa con la suya?, debería de contestar el cliente de inmediato.

Pues bien, la anécdota que les anuncié al principio tiene que ver con estos cuentos, aunque en esta ocasión esté situada en el mundo del cine, razón por la cual la traigo a Cinema Genovés. No obstante, sépase que con ella inauguré el 18 de marzo de 2010 mi blog sobre filosofía y literatura, Librepensamientos, todavía activo, un espacio al que les invito que visiten cuando les apetezca. 


La entrada lleva por título «Usted primero». Dice así:

«Biógrafos, gacetilleros y estudiosos de la obra cinematográfica de Billy Wilder cuentan muchas y muy sabrosas anécdotas sobre la vida del genial director norteamericano de origen centroeuropeo. Nada sorprendente, después de todo, tratándose de un personaje de tanto ingenio y talento. Hay una secuencia vital de Wilder que me conmueve sólo recordarla. Y desearía traerla aquí y ahora como primera «Hoja Nueva» que brota de este árbol blogero con una nueva primavera a las puertas.

Billy Wilder es por entonces un cineasta anciano, una leyenda viva del Séptimo Arte. Su última película —Aquí un amigo (Buddy, Buddy, 1981)—, no ha tenido gran éxito de público ni de crítica. Algunos amigos le animan a emprender nuevos proyectos. Seguro que bullen en su cabeza estupendas historias que llevar a la pantalla. Billy merece un colofón magnífico para su magnífica obra. Como John Ford. Como John Huston.

He escuchado y leído varias versiones de la escena que ahora reproduzco. No sé si es la mejor o la más próxima a la realidad. No importa. Así debió de ocurrir.

El viejo director no ignora que Hollywood ya no es lo que era. ¡El creador de El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950)! Los despachos de producción de los estudios cinematográficos de mediados de los años 80 están ahora ocupados por jóvenes ejecutivos, más formados en las finanzas y los hedge funds que en la historia del cine. Wilder saca del cajón un antiguo guión y lo presenta a uno de estos nuevos gestores del cine. Le dan cita. Le hacen esperar. Finalmente, le recibe un prometedor productor, quien, sin duda, no sabe con quién está a punto de hablar.

— Señor Wilder, ¿dice usted que desea hacer un film con nosotros?
— Así es.
— Trae el guión, ¿no es cierto?
— Muy cierto.
— Pero, tal vez sería interesante hablar antes del curriculum.
— Usted primero...»



lunes, 21 de enero de 2013

MOBY DICK EN EL CINE



No ha tenido, a mi parecer, una buena recepción en el cine la novela de Herman Melville, Moby Dick. Un hecho especialmente llamativo, dado no sólo el valor del título —todo un clásico—, sino además la fenomenal celebridad del mismo, reconocido por muchos como un monumento inmortal de la literatura universal. Es más: el asunto contenido en el libro ha traspasado los límites de la propia literatura, habiéndose convertido en un relato, todo un mito, por todos conocido, hayan leído o no esta poderosa fábula épica y/o teológica.

La nómina de films que tengo en mente basados, más o menos fielmente, en el libro sobre la ballena blanca se limita a unos pocos epígrafes, teniendo en cuenta que dejo al margen las versiones, no digo «libres», sino libérrimas de la novela, además de las producciones de dibujos y animación, que, en este caso sí, hay bastantes. Entiéndase esta discriminación no como un desestimación de estos trabajos, sino como lo que, en rigor, significa la palabra «discriminación», a saber: acción de diferenciar, discernir y distinguir; esto es, apreciar dos cosas como distintas o desiguales.


Lo que me interesa ahora es llamar la atención sobre la poca fortuna que ha tenido la adaptación al cine de este asunto grandioso: el duelo a muerte entre el capitán Ahab y Moby Dick. Y adelanto mi opinión al respecto: esta empresa está todavía por lograrse con éxito. Eso, si es que el cine contemporáneo (o acaso una ambiciosa serie de televisión) está en condiciones de producir tamaña gesta. Lo que es mucho decir…


De 1926 es The Sea Beast (La bestia del mar), película muda dirigida por Millard Webb y protagonizada por John Barrymore y Dolores Costello, de la cual se hizo una nueva versión hablada en 1930, dirigida por Frank Lloyd con el mismo actor, aunque, en esta ocasión, con Joan Bennett en el papel protagonista femenino. ¿Papel protagonista femenino?, preguntará incrédulo y aun perplejo el lector atento y versado en la materia. Porque, en efecto, la historia original (eran tiempos en los que la cuota feminista todavía no se había impuesto en el «mundo de la cultura») trata, en suma (1+1=2), acerca de la pugna heroica entre el hombre y la bestia. La bella, ay, no centra allí la acción. Hay y habrá otras ocasiones.



He aquí ya señalado —esto es, la licencia extrema de esta lectura tan particular del clásico— el principal motivo de mi frialdad y decepción respecto a esta cinta, aun aceptando que se trata de un producto bien realizado y muy entretenido, aunque, caramba, pasa por la fuente original como la ballena asesina surca los mares, arrasando y devorándolo todo, sin contemplaciones. Moby Dick no es una historia de amor. Es una historia sobre el odio. ¿Si se quería hacer otra cosa, porque utilizar este título en vano…?

La historia de Moby Dick conoció años más tarde una traslación al teatro dirigida por Orson Welles. La representación parece que fue filmada en 1955, si bien no se conserva ninguna copia de la misma. Así pues, es tenida por perdida (valga la paradójica expresión…).


En 1956, John Huston dirige la versión más conocida de la obra, protagonizada por Gregory Peck, en el rol de capitán Ahab, con guión de Ray Bradbury. La película no es mala, pero tiene una objeción inexcusable: la elección de Gregory Peck para interpretar a Ahab. Ni el mejor director del mundo (y Huston no lo es) hubiese podido obrar el milagro. 

Peck es actor de un solo registro y gracias: Atticus en Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird, 1962 - Robert Mulligan). Y quien no puede ni matar una mosca (quien dice una mosca dice un pajarito…), ¿cómo esperar que acabe con el Leviathan marino? Peck pone cara de duro (o de preocupado por el pago de la hipoteca, no sé...), aprieta los dientes y ya está. Lamento decirlo, si es que me lee algún (o alguna) fan de Peck.



Orson Welles interpreta en el film de 1956 al padre Mapple. ¿Se lo imaginan de Capitán Ahab? Encaramado en el puesto de mano del Pequod en lugar del púlpito de la iglesia. Ah, eso ya sería otra cosa… Otro actor, otra elección.


Del año 2004 es Capitaine Achab, producción francesa dirigida por Philippe Ramos, con Valérie Crunchant y Bonpart Frédéric en el reparto, la cual no tengo el gusto de conocer.

¿Me he dejado algo o a alguien? Sea como sea, lo dicho. Aquí estamos en cubierta, al descubierto, esperando la novedad, la aparición, el grito que aúna esperanza, excitación y temor: ¡por allí resopla…!



lunes, 14 de enero de 2013

LA NOCHE MÁS OSCURA (2012)



Título original: Zero Dark Thirty
Duración: 157 minutos
Dirección: Kathryn Bigelow
Guión: Mark Boal
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Greig Fraser
Reparto: Jessica Chastain, Joel Edgerton, Taylor Kinney, Kyle Chandler, Jennifer Ehle, Mark Strong, Chris Pratt, Mark Duplass
Producción: Columbia Pictures / Annapurna Pictures

Lo mejor que puedo decir, para empezar, de La noche más oscura (Zero Dark Thirty, 2012), último film dirigido por Kathryn Bigelow, es que se trata de un trabajo honesto y bien hecho. Tanto como el que centra el motivo de la cinta. Una película que no juega al escondite ni a los equívocos ni a la equidistancia, excepto cuando están justificados por el guión…; la caza y captura del terrorista emboscado Ben Laden.


No me encuentro extraño en el paraíso. Me siento extraño y desorientado en el subsuelo. No me las quiero dar de sabio, pero me ocurre como al protagonista del Mito de la Caverna, escrito y dirigido por Platón. ¿Conocen, ejem, este título…? Quien lo conozca comprobará que no abuso aquí del lenguaje ni retuerzo intencionadamente el sentido de las palabras, porque quien conozca esta narración clásica sabrá que el filósofo griego, al ilustrar con ella su teoría de las ideas, llevó a cabo la primera recreación conocida de una sala de cine. El protagonista principal del mito ha pasado gran parte de su existencia en el interior de la gruta más oscura, viendo, junto a sus compañeros de la noche, sólo las sombras de las cosas reflejadas en el fondo de la cueva, no la realidad de las cosas. Finalmente, logra salir a la luz y vérselas cara a cara con el ser.

Pues bien, ese es mi paraíso: mis seres queridos, mis libros amarillentos, mis películas clásicas. Cuando el deber me llama, vuelvo a la oscuridad de la sala de cine, a ver qué echan, a ver qué pasa… Tenía que visionar el último trabajo de Bigelow. En primer lugar, porque me gustó bastante su anterior film, En tierra hostil (2008). Me sorprendió, gratamente, comprobar cómo una directora era capaz de realizar un film bélico con tanta profesionalidad y transmitir con tanta naturalidad la camaradería de los «hermanos de sangre» (band of brothers), cuando, según señala el tópico, a las mujeres, en general, no les gusta el western ni las películas «de guerra». 

Kathryn Bigelow en pleno rodaje del film
En segundo lugar, porque deberían recordar ustedes que tengo escrito un ensayo titulado Cine, espectáculo y 11-S, que actualizo periódicamente, de modo que sigo con especial atención las producciones de cine y televisión que tratan la cuestión del terrorismo y, en particular, los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos de América.

Misión cumplida por ambas partes. Por la mía, película visionada. Al menos no es un producto ambiguo y dudoso (como ocurre, por ejemplo, con la serie de televisión Homeland), ni una apología o justificación del terrorismo (no diré ahora nombres, porque estaría denunciando una acción constitutiva de delito, y nada diré aquí sin presencia de mi abogado…). Algo nada extraordinario en el mundo de la cultura actual. Pero, caramba, ¿es esto cine? Cuánto tiempo hacía que no iba al cine...

Ocurre que para mí el cine es, básicamente, belleza, emoción y fantasía.

Y sucede que La noche más oscura es una especie de documental sobre la búsqueda y captura de un criminal, Osama Ben Laden, uno de los asesinos más sanguinarios de los últimos tiempos, líder de Al Qaeda, guía espiritual de los enemigos de América y Occidente, que no son pocos ni están todos en Oriente. Un documental con estructura narrativa y estética de telefilm, donde abunda el realismo sucio (desconfío, de entrada, de los films que empiezan con el lema «Esta película está basada en hechos reales»), el naturalismo policromo y aun el verismo intencional, bombazos y torturas, gritos y susurros, todo ello lo más ajustado posible a los hechos. 


El argumento se ajusta al modelo del western clásico, luego repetido y adaptado de mil formas a otros géneros (acción, policíaco, aventuras, ciencia-ficción), aunque la cosa remite, en última instancia, a la Ilíada de Homero: Aquiles versus Héctor. La noche más oscura trata de un feroz enfrentamiento, de un duelo a muerte entre el representante de la ley y el villano, en el que el héroe, solo ante el peligro, debe liquidar al bandido, quedando, finalmente, solo, como Ethan Edwards, como Shane, como tantos otros... The End.


Hoy, el héroe en la pantalla suele ser heroína. En este caso, la heroína tiene una colega muy íntima que muere en atentado terrorista; durante los interrogatorios, la protagonista muestra su desagrado por el dolor ajeno; los varones, no. Hoy, se trabaja en equipo, que es más socializador: una, comanda el operativo militar; el otro, dirige la banda de malhechores. 

Aspectos a agradecer en La noche más oscura. El preludio remite a la aciaga jornada del 11-S. Sólo escuchamos las voces de las víctimas. Pantalla oscura, en negro. Del día más oscuro a la noche más oscura, secuencia final del film: Zero Dark Thirty. Buena idea de guión, buen punto de partida. No hay imágenes de aquellos hechos luctuosos. Si quiere saber, lector, por qué es esto así —por qué ha de ser así— lea usted mi libro Cine, espectáculo y 11-S, si es usted tan amable... Las cartas boca arriba desde el primer plano: la misión de cazar y capturar a Ben Laden no es por azar ni por gusto de torturar ni matar, sino porque el crimen no puede quedar impune.

En esa tarea se empeña la protagonista Maya (Jessica Chastain), agente de la CIA, adonde se incorporó tras el 11-S con un objetivo principal, obsesivo, justiciero: vengar la muerte de tres mil compatriotas inocentes y liquidar a Ben Laden, primer responsable de la masacre terrorista. Este esbozo de personaje permitía un gran desarrollo que no llega, desgraciadamente, a realizarse, o, al menos, a sacarle todas las posibilidades que albergaba en potencia. La acción y el espectáculo mandan. Y si acaso hacer de paso reflexionar al espectador sobre lo que estamos haciendo. Sobre si está bien o está mal lo que hemos hecho. El discurso del método…

Film, en suma, honesto y bien manufacturado, aunque con exceso de reflexión y justificación, acaso acomplejado por meterse en asuntos políticamente incorrectos, por penetrar en la caverna y dedicarse a la caza de especies protegidas...



lunes, 7 de enero de 2013

BEN-HUR (1925)



Título original: Ben-Hur: A Tale of the Christ
Duración: 143 minutos
Nacionalidad: EE UU
Dirección: Fred Niblo
Guión: Carey Wilson y June Mathis, a partir de la novela de Lew Wallace
Fotografía: Clyde de Vinna, René Guissart, Percy Hilburn, Glenn Kershner, Karl Struss
Música: Carl Davis (compuesta para la versión restaurada de 1987)
Reparto: Ramon Novarro, May McAvoy, Francis X. Bushman, Betty Bronson, Kathleen Key, Claire McDowell, Janet Gaynor
Producción: Metro-Goldwyn-Mayer


Los Reyes Magos han pasado por Cinema Genovés y me han dejado este presente para todos ustedes, para empezar el Nuevo Año 2013. Salucines Magos...


¿Quién no conoce la película Ben-Hur? ¿Quién, más o menos aficionado al cine, no ha visionado este título alguna vez en su vida? Sin embargo, al citarlo o ser convocado, probablemente a casi todos les venga a la mente la extraordinaria estampa de Charlton Heston en la producción de la Metro-Goldwyn-Mayer dirigida por William Wyler en 1959. A mí, por el contrario —y no por llevar la contraria, sino porque soy muy antiguo…—, en primera instancia, me evoca la precedente realización que llevó a cabo el mismo estudio de Hollywood en el año 1925, dirigida por Fred Niblo y protagonizada al frente del reparto por Ramon Novarro.

Este es el Ben-Hur que pongo en primer lugar, al que vuelvo más a menudo, cuando quiero disfrutar del gran espectáculo del cine, del buen cine, cuando me dispongo a sentir fabulosas sensaciones y emociones frente a la pantalla. Y conste que el cotejo con la obra dirigida por mi apreciado Wyler es difícil de establecer, y no digamos de ponderar, pues también me gusta mucho la versión sonora y en Technicolor.

Sólo pongo un «pero» al film dirigido por Niblo: la elección del actor Ramon Novarro para encarnar al héroe Judah Ben-Hur. Malogrado —o, mejor aún, malparado— actor éste, en muchos sentidos del término: por su trágica y violenta muerte, que de alguna forma recuerda la de Pier Paolo Pasolini, pero también por las pobres facultades interpretativas del actor de origen mejicano. Con la franqueza que proporciona comunicar mi propio parecer, digo que tan sólo en El príncipe estudiante (The Student Prince in Old Heilderberg, 1927), dirigida por Ernst Lubitsch y con Norma Shearer en el reparto, ha logrado transmitir emociones intensas y conmover al espectador.



Para llevar con éxito a la pantalla un personaje como Judah Ben-Hur es preciso, amén de buenas dotes interpretativas, contar con un actor de mayor envergadura y complexión que Novarro. Charlton Heston sí daba el tipo, ciertamente. Novarro luce musculamen y muslamen, gracias a llevar falditas muy resultonas que causan el entusiasmo de muchos de sus admiradores (y admiradoras), de entonces y de ahora, pero la dimensión épica y bíblica del personaje, el duelo que mantiene con Messala (Francis X. Bushman), tanto en la carrera de cuadrigas como en el resto de la cinta, queda bastante deslucido, inapropiado, inverosímil y muy desequilibrado. En lugar de asistir a un combate de colosos, diríase parodiarse aquí la pugna entre David y Goliat. 



No pretendo, en fin, ser sardónico ni malévolo, pero sólo cuando Novarro/Judah se mide con Esther/May McAvoy (1,5 metros de estatura) adquiere el héroe grandeza y poderío en la pantalla.


Ben-Hur (1925) es un espectáculo total, emocionante y grandioso, rebosante de secuencias majestuosas (la llegada de los Reyes Magos a Belén, el calvario de Jesús), imponentes y magníficas, como la gran carrera de todos los siglos, claro está, en el gran teatro romano, pero también, y no por menos motivos, la secuencia de las galeras o la batalla naval.



Tampoco faltan las escenas exuberantes y de intensa sensualidad —la entrada en la ciudad de la comitiva del tirano Gratus, las orgias de los oficiales en palacio—, las cuales no tienen nada que envidiar a las rodadas por Cecil B. de Mille en algunas de sus películas.





Con todo y como corresponde al buen cine clásico, en Ben-Hur (1925) la épica convive magníficamente con la lírica, el esplendor con la sensibilidad. Destaco un momento en particular de cómo Niblo sabe dirigir con palpitante contención las situaciones más íntimas y de mayor tensión dramática. En el reencuentro de Judah con su madre y hermana, llagadas por la lepra, hay, en efecto, un control, una mesura y una emotividad que resultan —literalmente hablando— sensacionales.


¡Extra! ¡Extra!


Referiré, para terminar, algunas curiosidades de la película. William Wyler, director de la versión de 1959, participó en la producción de 1925 en calidad de asistente a la dirección. Entre los extras, sin acreditar, intervinieron celebridades del celuloide como John y Lionel Barrymore, el director Clarence Brown, Joan Crawford, Marion Daves, Clark Gable, John Gilbert…, en fin, el selecto staff casi al completo de la Metro- Goldwyn-Mayer y una buena representación de los demás estudios de Hollywood: Gary Cooper, Janet Gaynor... Esto sí es hacer una película a lo grande… La producción costó casi cuatro millones de dólares, de los de 1925…



La primera aproximación cinematográfica a la novela escrita por el general Lewis Wallace data nada menos que de 1907. Se trata de un cortometraje de quince minutos de duración, dirigido por Harry T. Morey y Sidney Olcott, interpretada por Herman Rottger y el gran cineasta, maestro de cowboys, William S. Hart. Una pequeña producción que se limita a recrear a la manera y medios de la época la secuencia de la carrera de cuadrigas.

De 2010 es una coproducción para la televisión del Reino Unido, Canadá y España en forma de miniserie, dirigida por Steve Shill, realizador especializado en teleseries; entre otras, ha participado en The WireDeadwood y Roma, por citar algunas producciones ejemplares. No he visionado este Ben-Hur, de modo que me ahorro la opinión. 

Del Ben-Hur (1925) ya he dicho lo que creo importante señalar. Y añado esto más: no dejen de visionarla. O, en su caso, de revisitarla. Yo ya lo he hecho. Y lo he contado en Cinema Genovés.