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lunes, 30 de septiembre de 2013

MARNI NIXON, LA VOZ OCULTA DEL MUSICAL




Creo que es justo y muy merecido recordar y homenajear aquí, en Cinema Genovés, a Marni Nixon (1930), la voz oculta del musical, de Broadway y de Hollywood, la maravillosa voz que para muchos no tiene rostro; o mejor dicho, una voz puesta en boca de actrices muy célebres, las cuales han dado la cara por ella, sin que ello, en esta ocasión, tenga mucho mérito ni suponga especial valor. 

Me refiero a tres estrellas, por lo demás espléndidas y muy queridas por mí: Deborah Kerr en El Rey y yo (1956, Walter Lang), Natalie Wood en West Side Story (1961, Robert Wise) y Audrey Hepburn en My Fair Lady (1964, George Cukor), por citar sólo tres casos conocidos para todo buen aficionado al cine. En las citadas películas, ay, ellas cuentan pero no cantan…


Quien canta, y cómo canta, es Marni Nixon. Nacida Margaret McEathron en Altadena, California, Marni no es una ladrona de nombres, sino que, en todo caso, es a ella a quien han hurtado la nombradía y la… resonancia de la auténtica identidad. Extraordinaria soprano, empezó a cantar en coros y pronto brilló en la ópera, actividad que no abandonó incluso después de ser descubierta por Hollywood como cantante de doblaje, que esto sí es dopaje…


El asunto no es nuevo, sino bastante corriente, por no decir recurrente;  incluso habitual en los musicales adaptados a la gran pantalla. Suele ocurrir en esas ocasiones que el equipo a cargo de la producción cinematográfica de una comedia musical decida cambiar al actor o la actriz que protagonizaba la versión teatral original de la pieza por otros. ¿Por qué? Por diversas razones, que ahora no me detendré en pormenorizar en sus términos generales.


Cuando, pongamos por caso, la actriz elegida (normalmente sucede con las actrices más que con los colegas varones) para la versión cinematográfica del musical, no sabe cantar —o no canta muy bien, o no da el do de pecho aunque sí da la nota—, simplemente, es doblada por quien sí sabe. El brillo del titular en cartel y cartelera se lo llevan quienes vemos en la pantalla, pero la verdad del caso queda detrás, velada, ignorada, oculta.

En el propio escenario teatral es difícil dar el cambiazo, aunque lo hemos visto hacer ¡en una famosa película! Nada menos que en Cantando bajo la lluvia (1952, Stanley Donen y Gene Kelly). ¿Recuerdan la escena en que Debbie Reynols suplanta, tras la cortina, a Jean Hagen, cantando… Singin' in the Rain?



Pues bien, no acaba ahí la cosa. Comoquiera que en la fábrica de los sueños realidad y ficción se intercambian, parece ser que, después de todo, fue Jean Hagen quién doblaba a Debbie Reynolds. De ser cierta la siguiente confesión puesta en boca de la magnífica actriz que interpreta en el film a la repipi Lina Lamont:

«Hoy tengo que acudir al rodaje de otro episodio de Starsky y Hutch. Tengo 53 años y no creo que pueda actuar mucho más, mi cáncer de garganta sigue avanzando. Una lágrima se pasea lentamente por mis cansados ojos, ni fuerzas para llorar me quedan. He participado en películas maravillosas por las que nadie me recuerda. Repaso mi álbum de fotos y me veo espléndida protagonizando La jungla de asfalto, todos recuerdan la película, nadie se acuerda de mí. 

Y si se me recuerda es por mi papel de Lina Lamont, una actriz estúpida y con voz estridente que con la aparición del cine sonoro debe ser doblada para poder cantar en pantalla. Se supone que es Debbie Reynolds quien me dobla cuando intento cantar, y es mi voz la que se oye cuando ella canta. Cine dentro del cine, engaño dentro del engaño. Mi nombre es Jean Hagen, doblo cantando a la persona que en la pantalla me dobla a mí y nadie lo sabe, ¿no es para llorar?»


Dicho lo cual, no olvidemos a Marni Nixon. Porque, ¿no lo he dicho ya...? ¿No es justo recordar y homenajear, como se merecen, a quienes de verdad llevan la voz cantante?



lunes, 23 de septiembre de 2013

FOREVER FEMALE (1953)


Título original: Forever Female
Duración: 93 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Irving Rapper
Guión: Julius J. Epstein, Philip G. Epstein, basado en la obra de J.M. Barrie
Música: Victor Young
Fotografía: Harry Stradling Sr.
Reparto: Ginger Rogers, William Holden, Paul Douglas, Pat Crowley, James Gleason, Jesse White, Marjorie Rambeau
Producción: Paramount Pictures


¿Qué buen aficionado al cine no ha visto Eva al desnudo (All About Eve, 1950)? ¿Quién no ha elogiado esta película una y cien veces, y hasta se inclina ante ella en señal de devoción? No seré yo el que hable mal de una obra clásica tan memorable. Pero, permítanme una pregunta más: ¿quién conoce Forever Female, remake no declarado ni explícito del clásico dirigido por Joseph L. Mankiewicz? ¿Quién recuerda hoy el nombre y la filmografía  del director de esta nueva versión, nada menor, del clásico mayor? No tengo especial predilección por los remakes; es más, tengo cierta reserva hacia ellos, en general. No diré tampoco, de entrada y con rotundidad, que la poco conocida versión de 1953 supere a la celebérrima de 1950. Sin embargo…

Ambientada dentro del subgénero «films sobre el mundo del teatro», que no significa lo mismo que «película teatral», Forever Female es un título muy notable que debe tenerse en cuenta y ser reconocido como, a mi juicio, se merece. A pesar de lo expuesto en el primer párrafo de esta entrada —del que soy plenamente responsable—, tampoco sería justo reducir el valor de la cinta a la condición de simple remake de un film-totem. Ocurre que moverse en la estela de título tan emblemático y prestigioso como Eva al desnudo problematiza la misma identidad del producto a la sombra. 


Podría, entonces, escribir aquí sobre Forever Female olvidándome de Eva al desnudo. Pero no lo haré. Además de que el esfuerzo sería vano, por lo anteriormente señalado, entiendo que el film realizado por el muy solvente Irving Rapper resiste con suficiente valor y mérito la contrastación que pueda hacerse con la cinta dirigida por Mankiewicz. Propongo, en consecuencia, seguir esta vía en el presente post, con los riesgos que ello pueda conllevar. Ya verán por qué…


Rápido resumen de Forever Female. Beatrice Page (Ginger Rogers) es una veterana actriz de teatro que arrastra tras de sí muchos años de trabajo sobre las tablas. Tal vez demasiados para seguir haciendo de papel protagonista no-importa-la edad-del personaje, es decir, de joven, de eterna «hija de». Su productor y exmarido, Harry Phillips (Paul Douglas), continúa amándola, a pesar de que Bea, luchando asimismo por superar en la vida privada la carga de la edad, tiene continuas aventuras con hombres bastante más jóvenes que ella. 

Este doble conflicto, profesional y personal, acaba por tener efectos negativos en la carrera de la dama del teatro. El último estreno no ha funcionado. Mientras leen las críticas de la prensa en un bar de la calle 44 de Manhattan, una joven sentada en una mesa cercana, se levanta y aplaude a la primera actriz. ¿Quién es? Bah, sólo una principiante que desea llamar la atención. Reparemos, no obstante, en ella. Se trata de Sally Carver (Pat Crowley), resuelta y joven actriz en ciernes que adoptará distintos nombres a lo largo de la trama, a ver cuál funciona mejor. La donna è mobile


Convencidos de que el poco éxito de las últimas producciones es debido a textos dramáticos inapropiados, buscan una nueva pieza, un nuevo autor. Aparece en escena Stanley Krown (William Holden), joven escritor, orgulloso y arrojado, que enamora a ambas mujeres, la mayor y la menor. 

Finalmente, y tras diversas vicisitudes, se impondrán la lógica de la vida y el orden natural de las cosas: Sally interpretará en la próxima obra a estrenar a la hija, quedándose también con Stanley, y Beatrice hará el papel de la madre, volviendo con Harry.


Estamos, pues, ante una apreciable variación de clave y registro narrativos con respecto al título de referencia. Hay, entre ellas, una principal: la perspectiva dramática de Eva al desnudo, que contrasta con los buenos aires de comedia en Forever Female. La aspirante a ocupar el papel de la prima donna no es aquí una arribista despiadada, artera e intrigante, como Eve (Anne Baxter), ni la actriz consagrada una despótica y amargada mujer, como Margo (Bette Davis). Diríase, simplemente, que en Forever Female la situación es más natural y cotidiana, menos pasional y exaltada que en Eva al desnudo. Si se me permite decirlo así, en el film dirigido por el muy contenido y relajado Rapper el desarrollo de la acción resulta menos… teatral que en el realizado por el impetuoso y grandilocuente Mankiewicz.


Esta distinta disposición y enfoque en la concepción del film tiene repercusión en la dirección de actores, y en las interpretaciones mismas. Si bien la peripecia personal (el literal «contratiempo» del paso del tiempo) que surcan Beatrice en Forever Female y Margo en Eva al desnudo son, después de todo, muy similares (humanas, demasiado humanas), ambas la experimentan y resuelven de modo muy distinto, aunque siempre sin perder la compostura y la elegancia propias de damas del teatro: Beatrice, con nobleza y lealtad, sin aspavientos; Margo, con rencor y resentimiento, con grandilocuencia.

En pocas palabras, a Rapper le interesa más la tribulación de la protagonista femenina desde la perspectiva de mujer (Forever Female) que la de actriz, mientras que Mankiewicz, por el contrario, pone el énfasis más en el lado profesional de la diva que en su condición humana. Es tal vez por este motivo que estando ambos títulos ambientados en el mundo del teatro, Eva al desnudo se me antoja un film muy teatral y Forever female, un trabajo netamente cinematográfico.


lunes, 16 de septiembre de 2013

BUONANOTTE... AVVOCATO! (1955)



Título versión española; ¡Buenas noches, abogado!
Año: 1955
Duración: 71 minutos
Nacionalidad: Italia
Director: Giorgio Bianchi
Guión: Giovanni Grimaldi, Ruggero Maccari, Ettore Scola, Alberto Sordi, Felice Zappulla, a partir de una historia de Raffaello Matarazzo
Música: Carlo Innocenzi
Fotografía: Mario Bava
Reparto: Alberto Sordi, Giulietta Masina, Mara Berni, Andrea Checchi, Tina Pica, Vittorio Caprioli, Turi Pandolfini
Producción: Fortunia Film / Rizzoli Film


Desde la perspectiva de las «cinematografías nacionales» (si es que existen tales cosas), la comedia italiana, para mi gusto y a mi parecer, no tiene parangón con ninguna otra realizada en la historia del cine. Claro que toda producción es particular y tiene lo suyo. Pero, yo no hablo de particularidad, sino de singularidad…, es decir, de excelencia, de calidad, de perfección. Cierto es también que no cabría añadir, en este caso, los atributos de la exquisitez y la elegancia; o, al menos, no siempre, porque hay excepciones, como todo en la vida. Pero cuando hablamos de la comedia all’italiana nos referimos, sobre todo, a los rasgos y las cualidades que la han hecho mundialmente célebre. Ya me entienden, a eso que los muy críticos y muy puestos en la cosa denominarían cine «chabacano».



Ese cine tan correctamente producido, tan maravillosamente interpretado, ese cine tan divertido... Sin duda, a esas «comedietas» que tanto aprecio me refiero, a las dirigidas por Mario Monicelli, Vittorio de Sica, Alberto Sordi, Luigi Comencini, Nanni Loy, Ettore Scola, Pietro Germi, Antonio Pietrangeli, Giorgio Bianchi, Dino Risi, Steno, y protagonizadas por Totò, Aldo Fabrizi, Eduardo y Peppino de Gilippo, Renato Salvatori, Tina Pica, Carlo Pisacane, Memmo Carotenuto, Marcello Mastroianni, Sophia Loren, Vittorio Gassman, el propio Albertone e tutti quanti

Desde mi punto de vista, el esplendor del género comienza a entrar en decadencia, cómo no, a partir de los años setenta, cuando los «reyes y reinas» de la comedia responden al nombre de Ugo Tognazzi, Lando Buzzanca, Silva Kozcina, Ornella Muti, Adriano Celentano, Giuliano Gemma, entre otros. Ustedes ya me entienden… y todo sea dicho sin ánimo de ofender.


Buonanotte... avvocato! es una película encantadora y muy divertida, con un sublime Alberto Sordi, actor de comedia como no ha habido otro. Interpreta a un abogado «cantamañanas», más dado a la oratoria y la charlatanería que dotado para la defensa jurídica de sus clientes. Oxidado en el oficio de jurista, no olvida cobrar, sin embargo, las correspondientes minutas, en efectivo si es posible... Su esposa (Giulietta Masina), piadosa mujer, parte de Roma para participar en unas jornadas marianas. Alberto ve vía libre para aventuras nocturnas junto a un colega de profesión. 


En esta ocasión, la tentación no vive arriba sino que se cuela súbitamente en su apartamento. Se trata de una vecina (Mara Berni, despampanante señora muy del estilo de Sandra Milo) que huye de su celoso esposo; por qué será, será... Alberto le ofrece protección, así como la habitación marital, donde pasar la noche bien arropada. La buena mujer, claro, recela del celo del vecino. No hay problema, añade, él dormirá en el sofá, o al menos eso le asegura a la misteriosa dama. 


A la mañana siguiente, ella, la bella Cinderella, desaparece y él se queda muy decepcionado —con el rabo entre las piernas, cabe decir—, y hasta cree que con un manojo de liras menos, que había dejado en el despacho de la vivienda. Le sigue la pista hasta descubrir que todo era un malentendido, que no era una ladrona…

Comedia de enredos y equívocos, plena de magníficos personajes secundarios, cada cual con historias muy primarias, pero no por ello menos divertidas. El director Bianchi brinda aquí al espectador un producto ligero, cierto es. Ligero y también ágil, resuelto, ingenioso, chispeante, hilarante en muchos momentos. No lo tenía difícil, después de todo, contando con un espléndido guión y un Alberto Sordi genial, más Albertone que nunca.





lunes, 9 de septiembre de 2013

UN MILLONARIO PARA CHRISTY (1951)


Título original: A Millionaire for Christy
Duración: 91 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: George Marshall
Guión: Ken Englund, basado en un argumento de Robert Harari
Música: Victor Young
Fotografía: Harry Stradling
Reparto: Fred MacMurray, Eleanor Parker, Richard Carlson, Una Merkel, Chris-Pin Martin, Douglass Dumbrille
Produción: Bert E. Friedlob Productions


Si bien vivió sus años dorados durante la década de los treinta, bajo la batuta de especialistas en el subgénero, como Preston Sturges o Gregory LaCava, la screwball comedy (o comedia enloquecida) tuvo todavía un largo camino que recorrer, tan ligero y zigzagueante como el lanzamiento de la bola de baseball a la que hace referencia la expresión original. Richard Quine y Blake Edwards, por citar sólo dos nombres, ofrecieron magníficos trabajos que se movían en ese terreno tan al límite, allí donde el humor es espoleado hasta la hilaridad y la sonrisa es animada a estallar en risotada. Luego, como casi todos los géneros clásicos, comenzó a decaer. En los años cincuenta, encontramos aún notables ejemplos de la mejor screwball comedy clásica. Valga como ejemplo, la película que traigo esta semana a Cinema Genovés, Un millonario para Christy (1951), dirigida por George Marshall.

La trama del film es sencilla, aunque repleta de enredos, carambolas y equívocos, mero pretexto para la acción más trepidante, traviesa y delirante. La secretaria de un célebre abogado, Christabel «Christy» Sloane (Eleanor Parker), recibe la misión de comunicar personalmente a Peter Ulysses Lockwood (Fred MacMurray) la buena nueva de que su «tío de América», recientemente fallecido, acaba de dejarle en herencia dos millones de dólares. El Ulysses en cuestión no es viajero ni viajante, sino locutor de radio en una emisora local, más simple que la tabla del 1, pero simpático y… apuesto. 



Ciertamente, la misión, más que imposible, se torna absurda, obstaculizada por mil líos y laberintos que complica la situación hasta el caos general. Pero, lo que resulta imposible de veras es contar aquí una película de este género. Hay que verla para creerla…

George Marshall, director de casi doscientos títulos, aunque no especialmente dotado ni meritorio en el oficio, hizo, a la vista de su prolífica filmografía, de casi todo en el cine. Es particularmente conocido por los westerns que realizó; entre los que destaca el episodio «The Railroad», incluido la superproducción épica La conquista del Oeste (How the West Was Won, 1962). Para mi gusto, es, sin embargo, en las comedias donde brilló con mayor fuerza. Además de la película que nos ocupa esta semana en el blog, cabría citar algún otro título apreciable, como La vida comienza a los cuarenta (Life Begins at Forty, 1935), con Will Rogers y El arca de oro (Pot o' Gold, 1941), con James Stewart y Paulette Godard.



Comedia muy divertida (y muy recomendable, por cierto), Un millonario para Christy tiene en el trabajo de sus protagonistas el principal aliciente. Fred MacMurray ya había acreditado por entonces su solvencia en este tipo de trajines fílmicos en la «comedia loca». Sin embargo, la interpretación de Eleanor Parker sí constituye una agradable sorpresa. No sólo está bellísima sino además muy convincente en el papel de mujer que transita de la ingenuidad al atrevimiento más descarado en pocos segundos; algo así como una Carole Lombard en estado de gracia. No ha llevado a cabo la Parker muchos roles de este tipo, lo cual le da mayor valor e interés a esta experiencia divertida e inolvidable.

Con todo, yo destacaría un elemento muy en concreto y muy en especial en este film, por si alguien no está todavía convencido de visionarla, en el caso de que no la tenga ya muy vista... No llevo cronometrada la duración, pero estoy por asegurar que Un millonario para Christy contiene no la escena sino ¡las escenas! de besos, entre los protagonistas, más largas de la historia del cine. ¡Esos besos acoplados, ejem, o sea, «encadenados» con diálogos prolongados; luengos, podría decirse…! Unas escenas de besos que dejan al film Notorius (1946), a Alfred Hitchock, a Ingrid Bergman y a Cary Grant en evidencia…

En el tráiler de la película ya puede encontrarse una buena pista de lo que digo...


El film está disponible en versión íntegra y original en Youtube aquí.




lunes, 2 de septiembre de 2013

ROBERT MCGINNIS, ILUSTRADOR


Cumpliendo un rito anual, he visionado este verano, una vez más, el film Centauros del desierto (The Searchers, 1956), dirigido por John Ford. Para mí, la mejor película de todos los tiempos. Por si esto fuera poco, he añadido a la luminosa ceremonia cinematográfica, una muy oportuna y apasionante lectura: la novela de Alan Le May (Valdemar / Frontera) en que está basada la turbadora tragedia filmada por el más grande director de la historia del cine. No voy a reseñar en esta entrada ni la película ni la novela; no podría en tan poco espacio y tiempo... Es mi propósito ahora y aquí reparar en la portada del libro y homenajear al autor de la pintura que la realza: Robert E. McGinnis.

El cuadro que refiero, y encabeza el post de esta semana, tiene una fuerza poderosa. Representa la figura de perfil de John Wayne en uno de los momentos más impactantes del relato sobre los «rastreadores», en el que Ethan Edwards (Amos Edwards en la novela), tras el ataque comanche que masacra la familia Edwards, buscando a su sobrina Debbie, encuentra en el cementerio familiar, la manta que la envolvía y la muñeca de trapo que la acompañaba a todas partes, hasta que fue raptada por los indios.

Además de esta magistral pintura, el artista compuso otros trabajos muy meritorios inspirados en la gestas del antiguo Oeste, todos ellos en consumado estilo realista americano.






No obstante, no fue por el estilo realista artístico ni por los cuadros de recia pincelada por lo que es más conocido el pintor nacido en Cincinnati, Ohio, en el año 1926. McGinnis es uno de los más celebrados ilustradores de la era del pop. Todo buen aficionado reconoce, recuerda y admira los carteles de películas y las ilustraciones sobre famosos films de los sesenta y setenta de los que es autor.


Desayuno en Tiffanys (Breakfast at Tiffany's, 1961)


Barbarella (1968)






James Bond, Agente 007

No es todo, amigos... McGinnis puede ser considerado, asimismo, como el primer artífice de las pin-ups de las décadas denominadas «prodigiosas». La verdad es que prodigiosas son…