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lunes, 28 de octubre de 2013

DEMASIADO PRONTO PARA VIVIR (1958)


En memoria de Lou Reed

Título original: Too Much, Too Soon: The Daring Story of Diana Barrymore
Año: 1958
Duración: 121 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Art Napoleon
Guión: Art Napoleon y Jo Napoleon a partir de la “autobiografía” de  Diana Barrymore, coescrita con Gerold Frank
Música: Ernest Gold
Fotografía: Carl E. Guthrie y Nicholas Musuraca
Reparto: Dorothy Malone, Errol Flynn, Efrem Zimbalist Jr., Ray Danton, Neva Patterson, Murray Hamilton, Robert Ellenstein, Vampira




La familia Barrymore es una institución en la historia del cine (y del teatro). John, Lionel y Ethel forman un poderoso y brillante triunvirato de la interpretación que desde los comienzos del Séptimo Arte hasta mediados los años cuarenta reinó en Hollywood. Todavía hoy sigue manteniendo su fuerza y fulgor, porque en el cielo del cine clásico se adquiere de inmediato la inmortalidad. Pocos aficionados al cine, en especial los de más edad, desconocen estos nombres. Los más jóvenes, por el contrario, probablemente hagan el recorrido genealógico de esta célebre estirpe cinematográfica de abajo a arriba, de hoy a ayer, tomando como base y perspectiva las más recientes generaciones. Pongamos que hablo de Drew Barrymore, la niña de E.T., el extraterrestre (1982, Steven Spielberg), quien posteriormente ha realizado una muy poco destacable carrera, siendo reclamada más por la fama de su apellido, sin olvidar los escándalos agenciados, que por propios méritos obtenidos en el ejercicio de la profesión.

Aunque mucho menos conocido, hay otro nombre propio, otro caso, a referir en esta notable familia. Antes de Drew existió otra generación Barrymore, intermedia respecto a los primeros y principales ascendientes, que también tienen una página en esta historia. Me refiero a la hija de John Barrymore y tía de Drew, Diana Barrymore. Una sucesora más, por no decir víctima, de un linaje cinematográfico que si algo no le faltó fue perfil dramático y signo teatral, tanto dentro como fuera de escena, de las tablas, de los platós.

Diana Barrymore

Diana desarrolló una breve e irrelevante carrera como actriz, en Broadway y en Hollywood, y antes de suicidarse a los  treinta y ocho años, dictó sus memorias al escritor Gerold Frank. A partir de este material autobiográfico, la productora Warner Bros. rodó el film Demasiado pronto para vivir (Too Much, Too Soon: The Daring Story of Diana Barrymore), estrenado en 1958, dos años antes de morir Diana. En la dirección, Art Napoleon, un productor y realizador de escaso recorrido, a pesar de que por nombre y apellido diríase predestinado para grandes hazañas.

Ajustado al género «cine dentro del cine», el film tiene su primordial interés —especialmente la primera parte del mismo— en el reparto, encabezado por Dorothy Malone, en el papel de Diana, y Errol Flynn, en el de su padre John Barrymore. 

Dorothy Malone

Reconozco sentir debilidad por Dorothy Malone. Sin ser una belleza escultural, la tengo por una de las actrices más sensuales, atrayentes y cautivadoras de la historia del cine. Pocas miradas tan subyugantes y perturbadoras han pasado por la pantalla como la suya. Y esos pómulos, esos labios... Sin ocupar, por lo demás, un puesto estelar entre las grandes actrices de Hollywood, no recuerdo ninguna película en la que interviniese con desgraciado resultado. Muy correcta, en fin, para interpretar papeles «secundarios», la responsabilidad que conlleva un protagonismo principal en un film puede resultarle difícil de superar con pleno éxito. Esto es lo que ocurre con Demasiado pronto para vivir.



En el primer tramo de la cinta, comparte protagonismo con Errol Flynn, cuando tienen lugar el encuentro y la conflictiva convivencia entre Diana y John. Están muy logradas las secuencias en el viejo caserón, hispano con toques góticos, en que reside el célebre actor. Los padres de Diana se separaron, poco amistosamente, cuando ella tenía cuatro años. El alcoholismo enfermizo de John Barrymore comenzaba a hacer estragos más allá de su propio organismo. Diana crece sin contacto con el padre, recibiendo de su madre una visión hostil de éste. 

No obstante, continuo referente paterno y superestrella de la pantalla, el gran John tiene fascinada a la muchacha; lee compulsivamente las crónicas en periódicos y revistas sobre la vida profesional y privada del padre. Próxima la mayoría de edad, la llamada/recuerdo del padre, aunque éste ni siquiera le manda un telegrama por Navidad, domina el corazón de la joven, quien siente, al mismo tiempo, una heredada y casi impuesta pasión/pulsión por la interpretación; en el fondo una tendencia a mimetizar la actividad profesional del progenitor, más tarde trasladada también a la mórbida inclinación a la bebida.


Tras la muerte anunciada de John Barrymore por una cirrosis galopante, Diana inicia un patético viaje al interior de la noche oscura del alma, sazonado con matrimonios fracasados, bacanales, drogas y alcohol. Esta es la segunda parte del film, donde Dorothy Malone/Diane Barrymore hace todo lo posible para mantenerse en pie.


Errol Flynn hace de John Barrymore y hace de sí mismo; vidas paralelas. La grandeza de este actor memorable consigue que estemos viendo y escuchando (versión original, amigos…) a ambos hombres/actores a la vez. Cuando rueda el film tiene cuarenta y nueve años, aunque aparente setenta. Muere un año después. Demasiado pronto para morir. Un ataque al corazón fulmina un cuerpo consumido por las drogas, el alcohol y una vida vivida demasiado rápido. 

Película, en suma, si no notable, sí de interés, especialmente para los más mitómanos de entre los aficionados al cine. Si es que alguno no lo es...

John Barrymore y Errol Flynn en una escena del film


lunes, 21 de octubre de 2013

SECRETO DE ESTADO (1950)


Título original: State Secret (también conocido como The Great Manhunt)
Año: 1950
Duración: 104 minutos
Nacionalidad: Reino Unido
Director: Sidney Gilliat
Guión: Sidney Gilliat, basado en la novela de Roy Huggins
Música: William Alwyn
Fotografía: Robert Krasker
Reparto: Douglas Fairbanks Jr., Jack Hawkins, Glynis Johns, Walter Rilla, Karel Stepanek, Herbert Lom, Hans Olaf Moser, Guido Lorraine
Producción: London Film Productions
Premios BAFTA: Nominada a mejor película británica

Esta semana traigo a Cinema Genovés un film altamente recomendable, amén de bastante desconocido en España. No estrenado en las salas comerciales del país, tan sólo ha conocido algún pase en televisión, afortunadamente en versión original con subtítulos en español. Se trata de un trepidante y muy entretenido thriller producido en el Reino Unido en 1950, cuya acción tiene lugar en Centroeuropa en los primeros compases de la Guerra Fría. Dirigida por Sidney Gilliat, más célebre por su faceta de escritor y guionista que de realizador, la película logra, con todo, atrapar al espectador desde las primeras escenas merced a una trama muy bien armada y un soberbio reparto, encabezado por Douglas Fairbanks Jr., Jack Hawkins y Glynis Johns.


El Dr. John Marlowe (Douglas Fairbanks Jr.) no es un detective privado sino un prestigioso cirujano norteamericano establecido temporalmente en Londres, aunque sin sospecharlo se verá involucrado en una agitada aventura, víctima de una añagaza que le tienden desde detrás del Telón de Acero, de la que tendrá que escapar usando todo su coraje e ingenio. Tras realizar una intervención quirúrgica en un hospital de la capital británica, donde muestra a sus colegas ingleses una nueva técnica de intervención para el tratamiento de determinadas dolencias, recibe un cortés telegrama y luego una persuasiva visita: es reclamado por un pequeño país centroeuropeo, de nombre Vosnia (supuestamente, imaginario, aunque con poca imaginación) para que les enseñe sus habilidades, y, de paso, entregarle un premio honorífico.

En el club, sus colegas, a quienes ha puesto al corriente de las novedades, no se ponen de acuerdo sobre la respuesta que debe dar a dicho ofrecimiento. Para unos, no debe fiarse de una proposición oficial proveniente de un país socialista, donde sabe uno cómo y cuándo se entra pero nunca cómo ni cuándo se puede salir. Según otros, él es, ante todo, médico, de modo que debe dejar al margen las consideraciones políticas. Cierto, eso es lo que hará. Después de todo, sólo será un par de días y después, vuelta a la normalidad. Pero, entonces…


En Vosnia, las calles y las gentes están muy animadas. Van a celebrarse  unas elecciones muy especiales… Vemos grandes carteles con la efigie de un solo candidato, a saber: el actual Presidente, el general Niva (Walter Rilla). El coronel Galcon (Jack Hawkins), ministro de tres carteras al mismo tiempo, tiene mucha mano en el poder, aunque, en realidad, le falten manos para hacerse cargo de tantas responsabilidades. Es este mandamás quien hace de cicerone para el Dr. Marlowe durante la visita. Recibe éste el Premio y, a continuación, solicita visitar al enfermo a quien debe operar al día siguiente. Durante la intervención, el paciente responde mal, lo que provoca la agitación de batas blancas (lo de «blancas» no va con segundas) entre los médicos y funcionarios que le acompañan en el quirófano, y también la sospecha de Marlowe. Pide entonces que le muestren la cara del paciente: es el general Niva, comandante en jefe del país siniestro.


Tras la operación, aparentemente exitosa, Marlowe protesta por el tejemaneje y la confabulación urdida, aunque todavía no sabe nada de la conspiración que se fragua a sus espaldas. De pronto, el general muere, cosas que pasan en todos las naciones del mundo... Y, claro, aquello es secreto de Estado. Nadie debe decir nada al respecto. Tampoco nadie debe salir del país…

Marlowe, acostumbrado  a moverse con libertad en un país libre, logra escapar de la vivienda donde lo tenían encerrado. Deambula por la ciudad sin rumbo fijo, perseguido por los sabuesos de la policía del régimen, hasta que por azar contacta con una joven, hija de inglesa, Lisa Robinson (Glynis Johns), que trabaja en un teatro de variedades, con quien podrá huir, finalmente, de aquel país tan acogedor, lo que les lleva a dar esquinazo a la tropa que les hostiga con malísimas intenciones y a escalar montañas, no sabría asegurar qué es más peligroso.


La película tiene una traza inconfundiblemente hitchockiana; por momentos, recuerda a 39 escalones (1935) y Enviado especial (1940), anteriores a Secreto de Estado, pero también a Con la muerte en los talones (1959) y Cortina rasgada (1966), posteriores a ésta. En ella, la acción, la intriga y el suspense, muy bien conducidos por Gilliat, están ligeramente sazonados con un sutil sentido del humor, lo que facilita el poder sortear problemas derivados de ambientación, debido al empeño de la producción por no señalar ningún nacionalidad concreta, acaso por imperativos diplomáticos. Mucho cuidado con quién se mete usted... Gran parte de film fue rodado en Italia (la ciudad de Verona es reconocible de inmediato), con muchos actores de reparto y figurantes de inconfundible aspecto transalpino, al tiempo que hablan una jerga multilingüe y los nombres suenan a checo.

Pero, esto último es lo de menos: ¿MacGuffin ambiental? Lo importante es la emocionante trama, dirigida con gran eficacia, en un film que cuenta con unas interpretaciones de primera categoría. Película, pues, interesante y muy recomendable.





lunes, 14 de octubre de 2013

EL 'RAT PACK'


The Rat Pack (La pandilla de ratas) constituye una de las hermandades más gamberras y simpáticas del mundo del espectáculo en los últimos tiempos. Frank Sinatra, Dean Martin y Sammy Davis Jr. componían la cara más conocida de este singular club privado consagrado a la diversión en público; y ¡vaya cara que tenían… ¡ Peter Lawford y Joey Bishop fueron, asimismo, miembros del equipo titular. Había también artistas invitados, como Tony Curtis y Janet Leigh, y, muy en especial, Shirley MacLaine y Angie Dickinson, consideradas hermanas de la cofradía y, por tanto, «intocables». Porque es el caso que el grupo, el cual rechazaba el término «clan» para referirse a ellos (una forma de distanciamiento nominal y práctico del Ku Klux Klan), seguía un programa básico de actuación: bromas, bebidas y chicas.



Pandilla muy célebre, no todos saben, sin embargo, que los personajes citados reúnen la segunda generación del Rat Pack. La primera tenía a Humphrey Bogart como líder y animador, siendo algunos de sus miembros más conocidos Judy Garland, Spencer Tracy, David Niven y Lauren Bacall. Fue, justamente, la esposa de Bogart quien acuñó la expresión «Rat Pack», cuando descubrió una noche a su marido en franca francachela con sus amigotes. Tras darles propiamente nombre, decidió sumarse a la bronca. Cuando lo hizo Frank Sinatra, el grupo ya estaba bastante rodado y suficientemente macerado en alcohol. En esta primera disposición, adoptó la forma de una tertulia de amigos, con alma de blues y corazón de party, y no escasa inclinación institucional: los miembros del grupo debían asumir determinados cargos y tareas dentro del mismo.


Muerto Bogart, Sinatra toma el relevo al mando de la banda, imprimiéndole un nuevo rumbo y dirección, aunque el culto a las bravas bebidas seguía definiendo su identidad. También es constatable una renovación de los integrantes; algunas bajas y notables altas, entre éstas, Dean Martin y Sammy Davis Jr.

Tipo que necesitaba estar permanentemente en sociedad y actuando de cara al público, Sinatra es quien establece la pauta de reunirse, no en los domicilios particulares y en lugares privados (que también), sino principalmente en locales públicos: clubs, salas de espectáculos, hoteles, casinos y, claro está, Las Vegas… De entre las múltiples actividades de la pandilla, el cine fue uno de ellas, aunque, todo hay que decirlo, no fue donde mostraron lo mejor de sí mismos, con algunas excepciones: Como un torrente (Some Came Running, 1958, Vincente Minnelli) y La cuadrilla de los once (Ocean’s Eleven, 1960, Lewis Milestone).


El film de Minnelli es extraordinario y el segundo, divertido y poco más, si bien este segundo título fue más relevante en la historia del Rat Pack. Primero, porque en La cuadrilla de los once aparecen en escena el equipo (o casi) al completo. Y segundo, porque fue a raíz de esta filmación en Las Vegas que Sinatra tuvo la feliz idea de aprovechar el rodaje para montar una serie de actuaciones en el casino Sands, que dieron en bautizar con el nombre de «La Cumbre» (desde entonces, y hasta la disolución de la disoluta banda, Las Vegas continuó siendo el lugar privilegiado para sus fiestas de cara al público, aunque no el único). Aquí empezó, de verdad, la leyenda.


Durante el día, rodaje. Por la noche, fiesta en el escenario del Casino, que más tarde continuaba en la planta del hotel reservaba para el trío de ases: Sinatra, Martin y Davis Jr. Para lo cual, Frank obligó al director Milestone a alterar el horario de trabajo, a fin de ajustarlo al tiempo dedicado a la juerga.

Hay muchísimos episodios y anécdotas memorables relacionadas con el Rat Pack, no todas relacionadas con el mundo del cine, pero sí con el de la farándula. A este respecto, es muy recomendable la lectura del libro de Javier Márquez, Rat Pack, viviendo a su manera (Almuzara, 2006), así como el documental The Rat Pack. The Biography (A&E), disponible en varios episodios en Youtube.



Ánimo y que no pare el espectáculo.


lunes, 7 de octubre de 2013

QUALITY STREET (1927 y 1937)




Título original: Quality Street
Año: 1927
Duración: 80 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Sydney Franklin
Guión: Albert Lewin y Hans Kraly, a partir de la obra de James .M. Barrie
Fotografía: Robert De Grasse
Reparto: Marion Davies, Conrad Nagel, Helen Jerome Eddy, Flora Finch, Margaret Seddon, Marcelle Corday, Kate Price
Producción: Metro-Goldwyn-Mayer
En el año 2002, versión restaurada en DVD por Milestone Films

***

Título original: Quality Street
Año: 1937
Duración: 83 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: George Stevens
Guión: Allan Scott, a partir de la obra de James M. Barrie
Música: Roy Webb
Fotografía: Robert De Grasse
Reparto: Katharine Hepburn, Franchot Tone, Eric Blore, Fay Bainter, Cora Witherspoon, Estelle Winwood, Joan Fontaine
Producción: RKO Radio Pictures

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Descanso del rodaje de Quality Street (1927)

Basada en una pieza teatral del escritor británico James M. Barrie (autor también de Peter Pan), Quality Street ha sido llevada a la gran pantalla, si no hago mal la cuenta, en dos ocasiones. Dos muy correctas adaptaciones, una muda, realizada por Sidney Franklin en 1927 para la MGM, y una segunda sonora, dirigida por George Stevens, diez años más tarde, en 1937, para RKO Pictures.

La historia original tiene todo el sabor y candor de los primeros compases del siglo XIX en Inglaterra. 1802. Dos hermanas solteras viven juntas en una mansión ubicada en la calle que da nombre a la obra. Frisando la edad de merecer —de hecho, a punto de superarla—, temen ambas convertirse en solteronas. Lo mismo que les ha pasado a algunas vecinas (tres hurracas al modo de la irregular serie televisiva Cranford) que no les quitan ojo, vigilan sus movimientos sin descanso. Susan, la mayor de las hermanas Throssel, parece resignada a dicha condición, hasta el punto de que el vestido de boda que conserva primorosamente en el arcón (para la feliz ocasión anhelada) lo entrega a la hermana menor, Phoebe, más atractiva que aquélla y todavía con esperanzas de ser desposada.

Quality Street (1927)

Ocurre que un joven doctor, Dr. Valentine Brown, la ronda, le lleva flores con asiduidad y hasta le invita al ir al baile. Ella espera anhelante que, finalmente, el joven decida a declararse, algún día. Una mañana las hermanas de Quality Street reciben una misiva del Dr. Brown, a mediodía irá a visitarlas a fin de comunicarles una noticia importante. Alboroto general, gran expectación, hasta la cocinera se solivianta y planea una comida de celebración. Creyendo que, después de todo, habrá boda, las dos jóvenes ya no tan jóvenes esperan con suma ansiedad la llegada del doctor. Mas, la novia a la que va a abrazarse ese buen partido no es otra que la guerra napoleónica. Acaba de alistarse para marchar al continente y frenar el envite de Bonaparte. El vestido de boda vuelve al arcón familiar.

 Pasan los años. Cuando el Dr. Brown vuelve del frente. Las hermanas Throssel han transformado la vivienda en un colegio para niños. Phoebe ya delata la condición de solterona: cariacontecida, gesto adusto, pelo recogido en una cofia y gafas de cerca. Cuando el doctor recién licenciado vuelve a verla, la decepción es mayúscula. ¿Qué ha sido de la linda Phoebe? Se despide, no sin ser advertido antes por la despechada mujercita de una circunstancia compartida: que también los años y los quebrantos han pasado para el galán, mírese si no esos cabellos grises y la cicatriz en el rostro. No hay resentimiento en Phoebe, sólo desilusión. Ella sigue amándole. Tanto es así que urde un plan. Si los caballeros las prefieren jóvenes, Phoebe será desde ahora Ivvy, supuesta (muy presumida) y jovencita sobrina, caída del cielo.

Bueno, esto ya es otra cosa. El Dr. Brown admira la resurrección del amor, vuelve a la ronda e invita a Ivvy al baile. La historia se repite, con una excepción. Phoebe, convencida que de ser una «ladylike» es lo que le ha condenado a la soltería sin remedio, decide descocarse, aunque moderadamente. De este modo, Ivvy vendría a ser como la Miss Hyde de la «doctora» Phoebe. La transformación no es del agrado del Dr. Brown, quien, después de todo, sigue amando a la auténtica, cándida y dulce Phoebe. Finalmente, se urde un nuevo plan, esta vez para deshacerse de la sobrina inexistente e impertinente, y final feliz. Mientras las vecinas chismosas procuran no perder detalle de la conclusión de los hechos, la pareja de enamorados se abrazan y repiten la frase que acompaña a sus encuentros amorosos: «Es mucho mejor estar solos, verdad». ¿Ironía británica?   

Quality Street (1937)

Hoy, claro está, entre el público aficionado, es más conocida la segunda producción que la silente. Un director como Stevens es garantía de un trabajo sólido y solvente. Y por si esto fuera poco está interpretada, al frente del reparto, por Katherine Hepburn y Franchot Tone. Sin embargo…, un servidor prefiere sin dudarlo la versión primera, la muda, con Marion Davies y Conrad Nigel a la cabeza. Ya me conocen ustedes…, contumaz. Cine silente y no digo más.

Resumo mi opción por tres razones. Primera, porque la trama que acabo de relatar queda clara en la versión de Franklin; en menor medida, en la de Stevens. Segunda, ésta no puede remediar el origen teatral que más que nada, la delata; la versión muda, en cambio, es cine puro. Tercera, lo que la versión de 1937 tiene de ágil y graciosa opereta (eso sí, dirigida con mano diestra por Stevens), la muy sobria e inteligente realización de Franklin, plena de muy buenos hallazgos visuales y de soberbios primeros planos, rebosa emotividad, tensión dramática y romanticismo como sólo el cine silente ha sido capaz de hacer.

Y si no me creen ustedes, busquen las dos películas, comparen y si encuentran alguna mejor que otra, me lo cuentan…


 
Marion Davies en Quality Street (1927)