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viernes, 20 de diciembre de 2013

FELICES VACACIONES NAVIDEÑAS


Cerramos por vacaciones de Navidad. Volveremos a nuestra programación habitual… el año que viene.





Cinema Genovés les desea una Feliz Navidad y un Próspero Año Nuevo 2014


Salucines

lunes, 16 de diciembre de 2013

PRISIONERO DE SU TRAICIÓN (1954)

Título original: Rogue Cop
Año: 1954
Duración: 92 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Roy Rowland
Guión: Sydney Boehm, a partir de la novela de William P. McGivern
Música: Jeff Alexander
Fotografía: John F. Seitz
Reparto: Robert Taylor, Janet Leigh, George Raft, Steve Forrest, Anne Francis, Robert Ellenstein
Producción: Metro-Goldwyn-Mayer

 

Prisionero de su traición, film dirigido por Roy Rowland en 1954, puede ser glosado en bastantes aspectos como un antecedente notable de una película sobresaliente, como es Chicago, años 30 (Party Girl, 1958, Nicholas Ray). Las comparaciones son, ciertamente, ociosas, pero asimismo inevitables. Traemos esta semana a Cinema Genovés un título que, entre el género de gangsters y el policiaco, comparte con su digno pariente fílmico (no diré «secuela» ni «remake»), otros puntos en común. De entrada, el protagonista masculino principal está encarnado en ambos casos por Robert Taylor. Las protagonistas femeninas, por su parte, interpretan a coristas que hacen pluriempleo ejerciendo de party girls. No respondían entonces al nombre de Cyd Charisse, pero sí al de Janet Leigh y Anne Francis, quienes también componen una buena carta de presentación.



El capo mafioso en el título de Ray lo lleva adelante con su energía habitual Lee J. Coob. Pero, atentos al dato, en Prisionero de su traición podemos disfrutar de la presencia del mítico George Raft en dicho rol. 


También en cuanto a la trama hay un hilo conductor común: el personaje interpretado por Robert Taylor (sargento de policía en Rogue Cop y abogado en Party Girl) es un tipo cínico y amargado que, deseando tener poder, dinero y, sobre todo, ser respetado (término clave, «respeto», en el mundo del hampa), opta por corromperse y ponerse a las órdenes de la organización mafiosa dominante en su ciudad, sea Nueva York o Chicago. Finalmente, decide liberarse de la servidumbre criminal, plantando cara a los matones de rompe y rasga, quienes en el primer caso toman al hermano (policía íntegro) y en el segundo a la novia del protagonista como víctimas propiciatorias que aseguren la lealtad de éste.

 


A muchos aficionados al cine probablemente no les diga mucho el nombre de Roy Rowland. Ciertamente, no hablamos de un director-estrella ni de un cineasta de primera fila, pero sí de un filmmaker de esa estirpe que algunos con suma displicencia calificarían de «artesano» a nómina de los estudios, como si ello fuese constitutivo de delito o un demérito. Sea como fuere, sin realizadores de esta categoría el cine de Hollywood no sería lo que fue: la fábrica de sueños por excelencia y la mayor industria del entretenimiento del siglo XX.

Ninguna de las cintas dirigidas por Rowland se verán citadas en un Top Ten (ni siquiera un hipotético Top Hundred…) de Mejores Películas de la Historia del Cine. Aun así, profesional que estuvo más de veinte años en los platós, firma títulos de todo género (western, policiaco, comedia musical, péplum, piratas, fantástico, etcétera) y en su mayor parte bastante apreciables. Uno de los más logrados de su carrera profesional es, a mi parecer, Prisionero de traición (1954). Película muy recomendable y no sólo por aquello de hacer comparaciones…



lunes, 9 de diciembre de 2013

MERVYN LEROY Y LEWIS MILESTONE, FRENTE A FRENTE


«Dispóngase el lector en lo que sigue a un breve recorrido por la filmografía de dos directores de gran valía y muy reputados en los años dorados de Hollywood, Mervyn LeRoy y Lewis Milestone, ambos con sus propias particularidades y cualidades, con su respectiva carrera a cuestas. Las maneras características de hacer cine en cada uno de ellos dependieron, en gran medida, de la distinta forma en que afrontaron los siguientes veteranos dilemas: hacer cine de entretenimiento o documento; cine de diversión o cine con “mensaje”; baile o desfile; comedia dramática o drama “social”. […]
Constituye para mí un inmenso placer y un gran motivo de satisfacción ofrecer al lector el primer libro escrito en español que examina la obra cinematográfica de Mervyn LeRoy y de Lewis Milestone, sea en un mismo volumen sea por separado. Así lo he podido comprobar mientras trabajaba en el ensayo, y así consta, para más señas, en la Base de Datos de Libros Editados en España (ISBN) en el momento de escribir esta Introducción. Este hecho habla menos de las bondades del autor del presente trabajo que de las manquedades de la industria editorial en español (fuera y dentro de España), por lo que se ve, o por lo que se deja ver, poco atenta e interesada en publicar libros sobre directores de cine clásicos no incluidos en la selecta y canónica lista de los “principales (venta más o menos garantizada) y por todos conocidos (poco que arriesgar), así como recelosa y asustadiza a la hora de afrontar temáticas “cinematográficamente incorrectas”. Sin que ello suponga un descargo para el ámbito editorial español, y para ser justos, debo añadir que la parquedad bibliografíca señalada acerca de LeRoy y Milestone afecta asimismo a las ediciones en inglés, así como al resto de idiomas.
En la presente edición, el lector encontrará, al final de los capítulos centrados en la vida y la obra de los dos cineastas objeto de examen, sus filmografías completas respectivas, así como la bibliografía básica utilizada en la composición de los mismos. En esta última sección, indico no sólo los textos consultados, sino asimismo las referencias de textos disponibles, siempre según los datos que he podido conseguir tras rastrear en internet las más importantes librerías en todo el globo, sobre Mervyn LeRoy y Lewis Milestone.
Como podrá advertirse, la lista resulta desazonadora, aunque no desalentadora, pues si bien no justifica por sí misma la existencia (no diré «necesidad» ni «urgencia») del presente trabajo, al menos no puede calificarse de sobrante y, menos que nada, de redundante. En vez de lamentarse por semejante situación, el propósito de este libro consiste en esforzarse por cubrir dicho vacío editorial, en la medida de las posibilidades y capacidades de su autor.
Sea como fuere, aquí tiene, amable lector, el análisis crítico resultante del visionado de buena parte de las películas dirigidas por Mervyn LeRoy y Lewis Milestone, del cotejo de sus respectivos modos de entender el cine y de mi particular reflexión general sobre la diferencia existente entre el cine de variedades y el cine de trinchera.»


Reproduzco en la presente entrada algunos fragmentos de la Introducción de mi libro Mervyn LeRoy y Lewis Milestone. Cine de variedades vs. de trinchera (2013). Editado en formato e-book, incluye treinta fotogramas de películas y otras imágenes.  
Puede adquirirse en Amazon.es (3,03 €) aquí
También en Amazon.com (4,12 $)aquí.

lunes, 2 de diciembre de 2013

JOHN ADAMS (2008)

Durante estos últimos años, el mejor cine que, a mi juicio, hemos podido disfrutar ha sido producido y emitido por cadenas de televisión norteamericanas, asociadas a poderosas empresas de distribución. En particular por una de ellas: HBO. Hablo, por tanto y en primera instancia, de series de televisión, pero con una factura, una composición y una calidad que nada tienen que envidiar a los recientes largometrajes realizados para ser exhibidos en las salas comerciales. Una de tales producciones es la miniserie John Adams (HBO Films / Playtone Production), dirigida por Tom Hooper e interpretada al frente del reparto por Paul Giamatti y Laura Linney sobre la vida y obra del segundo presidente de los Estados Unidos de América. Una experiencia cinematográfica no sólo muy recomendable sino de visionado imprescindible para todo buen aficionado al Séptimo Arte.

Desde que en 1999 comienza a emitirse, a través de la televisión por cable, Los Soprano, hasta 2011, año del estreno de la miniserie Mildred Pierce, un acontecimiento portentoso —o, para ser más exactos, una sucesión de episodios prodigiosos— ha acontecido para disfrute cinéfilo general. Recordemos algunos de estos hitos que vinieron como un maná providencial, en el yermo panorama fílmico de los postreros tiempos: tras la serie interpretada por James Gandolfini, desembarcan Bands of Brothers, The Pacific, DeadwoodThe Wire, Roma, Treme, In Treatment, junto a las citadas John Adams y Mildred Pierce (todo parece indicar que esta última producción ha sido, ay, la última gran cosecha de la hoy un tanto agotada HBO en cuanto a capacidad creativa y financiera).

No puedo olvidarme, asimismo, de mencionar otras realizaciones notables y muy celebradas, como Boardwalk Empire, Juego de Tronos o Carnivale, aunque para mi gusto habría que situarlas en la segunda división de los logros de HBO. Dejo al margen las series según el patrón de la telecomedia o sitcom (Sexo en Nueva York, por ejemplo) o las desafortunadas (Empire Falls, Elizabeth I, Luck). Con todo y en suma, no está nada mal el resultado, ¿verdad?


Compuesta de siete episodios, John Adams llama la atención, en primer lugar, por la extraordinaria producción de la que hace gala. No es casual que tras este loable esfuerzo, económico y creativo, hayan estado Tom Hanks y Gary Goetzman en calidad de productores ejecutivos de la serie. Los dos fueron, igualmente, los responsables de la épica producción The Pacific, por referir sólo un trabajo conjunto más realizado para la HBO. 

La ambientación y recreación cinematográfica de cada uno de los capítulos de la serie que ahora reseño es fiel y minuciosa hasta en el más pequeño detalle: el vestuario se diría prestado de un museo, el mobiliario parece adquirido en un anticuario y en este plan; de hecho, estoy tentado a pensar que tal vez haya ocurrido algo así. Las escenas bélicas y de masas, así como las secuencias ambientadas en París y Londres (¡rodadas en Budapest!), la primorosa fidelidad de los decorados en las escenas relacionadas con la estancia de John Adams en Holanda (inspiradas en la pintura flamenca), la erección de la Casa Blanca en una naciente y espectral ciudad de Washington, todo, en fin, en esta serie, introduce al espectador en la situación con una vivacidad tan intensa como conmovedora.


En cuanto a las interpretaciones, señalar que Paul Giamatti, el actor que encarna al protagonista principal, aunque se deje llevar a menudo por una notoria sobreactuación, realiza un esforzado y meritorio trabajo en su conjunto. Laura Linney, en el rol de Abigail, la esposa de Adams, está, sencillamente, colosal; lo mismo que Stephen Dillane, quien encarna a un aristocrático y contenido Thomas Jefferson; igual que David Morsey, quien compone un George Washington admirable; lo mismo, en fin, que Tom Wilkinson, en fin, quien hace revivir en la pantalla a Benjamin Franklin. Del resto de actores y actrices del reparto sólo decir que cualquiera pensaría que acaban de salir de un cuadro de época para contarnos la historia inaugural de los Estados Unidos, resultando muy difícil imaginárselos con ropa actual o en pantalones vaqueros
Retrato de la época de John Adams
Leo y estudio dese hace muchos años la historia de América. Pues bien, no conozco mejor reconstrucción en la pantalla de los primeros compases del nacimiento de la gran nación en el Nuevo Mundo: los prolegómenos y la guerra misma con Inglaterra, así como la subsiguiente independencia de la metrópoli; los debates preconstitucionales y la construcción del primer país del mundo que, según se recoge en la serie, «se otorga a sí mismo la primera forma de gobierno por voluntad y soberanía popular propias»; la búsqueda de alianzas políticas y de financiación económica en Europa; la elección del primer presidente de EE UU, George Washington, y la composición de los primeros ejecutivos nacionales, azuzados por los primeros conflictos partidistas entre los federalistas (Alexander Hamilton, a la cabeza) y los republicanistas (representados por Jefferson), etcétera, etcétera.

En todos estos episodios decisivos en la historia americana, John Adams jugó un papel esencial, y sigue siendo tenido hoy por uno de los Padres Fundadores de la nación. Pero, no era un líder carismático, ni poseía una personalidad cautivadora, ni se ganaba el entusiasmo popular (tampoco aspiraba  a tal cosa). John Adams fue, primero, un abogado muy competente, y, posteriormente, un político honesto y estricto, hombre de deber y honor, exigente consigo mismo, que sufría intensamente sus propias limitaciones y defectos, no menos que las traiciones, felonías y demás infamias infringidas por otros contra su persona. En algunos medios de la época lo caracterizaban, sin más, como un viejo luchador «calvo, ciego, gordo, lisiado, desdentado, hermafrodita», exigiendo por todo ello a continuación su renuncia como presidente.

La serie no pretende, pues, ni de lejos ofrecer una hagiografía de John Adams, sino una semblanza pública, pero también cercana (a veces, subrayada por medio de molestos e innecesarios primeros planos deformadores de los actores; no se trata de trabajo de la lente, sino de dirección e interpretación) y familiar del personaje. En este sentido, la vida familiar —sus alegrías y tristezas, su propia existencia— cobra un protagonismo equiparable al de la acción política, para cuyo porpósito el montaje paralelo utilizado en situaciones especialmente relevantes en la trama resulta muy oportuno y útil.

John Adams falleció el 4 de julio de 1826, a los noventa años de edad, el día que se celebrada el 50 Aniversario de la Independencia. Esa misma jornada tan señalada, aunque unas horas antes que Adams, moría en su mansión de Monticello, Thomas Jefferson. Dos vidas paralelas, para verlas. Dos rivales políticos, al fin y al cabo, dos amigos hasta la muerte.



Por lo demás, fenomenal la intro de la miniserie John Adams...