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lunes, 29 de septiembre de 2014

CON EL DINERO DE LOS DEMÁS (1991)


Título original: Other People's Money
Año: 1991
Duración: 97 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Norman Jewison
Guión: Alvin Sargent, basado en la obra de Jerry Sterner
Música: David Newman
Fotografía: Haskell Wexler
Reparto: Danny DeVito, Gregory Peck, Penelope Ann Miller, Piper Laurie, Dean Jones, R.D. Call, Mo Gaffney
Producción: Warner Bros. Pictures

No han sido (ni son) bien tratados en el cine, por lo general, los temas relacionados con el mundo de la empresa y las finanzas, ni los personajes que los ejemplifican. Los empresarios y los hombres de negocios, los triunfadores, los propietarios y los «ricos», suelen ser llevados a la pantalla atados a un feroz arquetipo: patronos voraces, individuos sin escrúpulos y avariciosos, caseros desalmados, jefes autoritarios, «egoístas» y explotadores, gordos, huraños, con un puro en la boca y ya está. Sucede que el modelo que ha triunfado en el imaginario literario y cinematográfico es el del perdedor y el fracasado. Justo, tenemos un problema… No es este el momento ni tampoco el lugar para examinar las raíces y motivos de semejante esquematismo mental y narrativo. Sirva este apunte como mero preámbulo de la película de esta semana en Cinema Genovés.

De modo que los patronos y los «negociantes» sólo piensan en el dinero; o para ser más precisos: en el dinero de los demás. Pues en eso consiste, en esencia y sin más precisiones, ganar dinero: pasar el dinero de las manos de otro a las de uno. Y he aquí en síntesis el núcleo de la trama de la magnífica comedia Con el dinero de los demás (Other People's Money, 1991), dirigida por el experto en dicho género cinematográfico, Norman Jewison. El protagonista del film es Larry Garfield (Danny DeVito), apodado en Wall Street y en el mundo financiero «Larry el Liquidador», dado que su trabajo consiste en apropiarse y/o reestructurar, mediante movimientos financieros, empresas prometedoras y rentables a fin de aumentar su cuenta de resultados.


Larry Garfield, quién iba a decirlo, es el héroe del film. Y para ello no asiste el espectador a una hagiografía del personaje, sino que basta con retratarlo como es en realidad, mostrar el trabajo que lleva a cabo. A todo el mundo el gusta el dinero, mas pocos se atreven a reconocerlo. Ocurre que para hacer negocios a uno debe gustarle bastante el dinero, desearlo con ganas; tampoco debería extrañar a nadie que lo propio del cocinero es que le guste comer bien o que un verdadero artista sea especialmente sensible a la belleza.

Para empezar, Larry Garfield no engaña a nadie. Él mismo se presenta tal como es en la primera secuencia del film. El personaje, dirigiéndose al espectador, declara:


«Adoro el dinero. Lo adoro más que lo que puedo comprar con él. ¿Les sorprende? El dinero... No le importa si soy bueno o no. No le importa si ronco o no. No le importa a qué dios le rezo. En el mundo sólo hay tres cosas que te aceptan tan desinteresadamente: los perros, los donuts y el dinero. Pero el dinero es lo mejor. ¿Saben por qué? Porque no engorda ni se hace pis en el suelo del salón. Sólo existe una cosa que me gusta más. El dinero de los demás.»

Nada más despertar cada mañana, Garfield enciende la computadora, a la que denomina «Carmen», la cual en vez de los buenos días le da los balances y los avances económicos de la jornada. A partir de ese momento se pone en acción. Carmen dice que hay una empresa en Rodhe Island, Cables y Alambres de Nueva Inglaterra, que necesita una remodelación. Pertenece a un grupo empresarial solvente, que produce beneficios y que da buenos dividendos a sus accionistas. 

Sólo hay una pega: la vieja fábrica, propiedad de un patriarca anciano, un empresario de la vieja escuela, Andrew Jorgenson (Gregory Peck), está en números rojos, perjudicando el balance total de la sociedad. Garfield le hace una visita. La factoría da la apariencia de pertenecer al siglo XIX más que al XX (el film está producido en 1991). No había visto un edificio así desde que salí del Bronx, se dice a sí mismo el protagonista una vez llegado al objetivo, reflexión que, de paso, informa al espectador de que estamos ante un genuino self made man, un tipo que ha hecho fortuna saliendo de la nada y que si adora el dinero es porque no desea volver a tal lugar, ni revivir los viejos tiempos.


Cables y Alambres de Nueva Inglaterra es una factoría vetusta (no funciona el ascensor, el café que sirven es de mala calidad y ¡no tienen donuts!), gestionada según modelos antiguos, de modo patriarcal (el dueño, «Jorgie», se hace una foto con los empleados el día de Acción de Gracias, les pregunta a menudo por sus respectivas familias) y dirigida por un viejo, terco y orgulloso patrón que se resiste como gato panza arriba ante cualquier propuesta o simple perspectiva de innovación.


Garfield adquiere acciones de la compañía y prepara una «opa» para hacerse con su control. La mujer de Jorgenson, Bea Sullivan (Piper Laurie), pide ayuda de su hija Kate (Penelope Ann Miller), abogada agresiva en la City, a fin de que les asesore para hacer frente al Liquidador. Ambos, brocker y letrada, muy profesionales y ejecutivos, emplean instrumentos de todo tipo para doblegar al adversario, emocionales y afectivos, entre otros. Hasta el punto de que Garfield llega a enamorarse de la atractiva abogada. Cómo hacer verosímil este particular elemento del guión en la película es resultado de la cuidada y muy diestra dirección de Jewison, de la fotografía de Haskell Wexle y de la magnífica interpretación de los actores (en algunas secuencias, el actor Danny DeVito consigue resultar hasta seductor…).

 

La película alcanza su punto álgido en la asamblea general de accionistas que debe decidir sobre el futuro de la empresa. Hay dos propuestas, la encabezada por el actual propietario, Andrew Jorgenson, y la sostenida por Larry Garfield. Extraordinarios los dos speeches, dos modelos opuestos de dirigir una empresa. El viejo «Jorgie» reconoce las pérdidas económicas, pero apela, básicamente, a la tradición de una factoría que funciona desde el siglo XIX, a los sentimientos y a la sección accionarial en manos de los empleados de la fábrica para defender su candidatura, porque el dinero, afirma, no es lo verdaderamente importante en una empresa… Ovación general.


El discurso del Liquidador es de antología. Lo reproduzco a continuación:



Con el dinero de los demás, comedia, alta comedia, tiene, como es de esperar, un final abierto que augura un final feliz. Película muy recomendable, ágil y entretenida, alejada del maniqueísmo, del mensaje populista y la demagogia, tan habituales en los films que tratan sobre estos asuntos de las finanzas y el dinero; sobre todo, el dinero de los demás.


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