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lunes, 1 de junio de 2015

ERAN CINCO HERMANOS (1944)


Título original: The Sullivans (tras el estreno: The Fighting Sullivans)
Año: 1944
Duración: 112 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Lloyd Bacon
Guión: Mary C. McCall Jr., a partir de una historia de  Edward Doherty y Jules Schermer
Música: Cyril J. Mockridge, David Buttolph, Hugo Friedhofer, Alfred Newman
Fotografía: Lucien N. Andriot
Reparto: Anne Baxter, Thomas Mitchell, Selena Royle, Edward Ryan, Trudy Marshall, John Campbell, James Cardwell, John Alvin, George Offerman Jr., Roy Roberts, Ward Bond
Producción: Twentieth Century Fox Film Corporation



El director Lloyd Bacon es conocido, más que nada, por  haber realizado un buen número de musicales para la productora Warner Bros., entre los que cabe citar: La calle 42 (1933), Desfile de candilejas (Footlight Parade, 1933), Gold Diggers of 1937 (1936); films en los que, todo hay que decirlo, destacan más las coreografías concebidas por Busby Berkeley (y, habitualmente, también dirigidas por él) que la propia narración fílmica, responsabilidad del director. Con todo, en este cineasta clásico, que llevó a la pantalla más de cien películas de todo género a lo largo de treinta años de carrera, hay algunos títulos que merecen destacarse por su gran calidad y valor en la historia del cine. Si tengo que decantarme por uno solo de ellos, no dudo en señalar Eran cinco hermanos (The Sullivans, 1944).

También conocido como The Fighting Sullivans, el film narra una conmovedora (casi diría que desgarradora) historia, basada en hechos reales, que afectó directamente —y de manera muy destacada— a la sociedad y las instituciones norteamericanas, aunque, por la naturaleza de la misma, concierne a valores humanos universales e intemporales. Los Sullivan componían una familia de origen irlandés afincada en Waterloo (Iowa, EE UU), formada por el padre, encargado de mantenimiento en el ferrocarril, la madre, la hija y sus cinco hermanos varones.
 
Los auténticos hermanos Sullivan
Tras el ataque japonés a las instalaciones estadounidenses en Peal Harbor, el día 7 de diciembre de 1941, en el que causa baja un amigo de la familia, vecino de la localidad, los cinco hermanos Sullivan deciden alistarse, justamente, en la Marina. Muy unidos entre sí, y deseando compartir juntos los riesgos del enrolamiento, insisten en ser destinados a una misma unidad. El destino les llevará al crucero ligero USS Juneau (CL-52). Durante la batalla naval en Guadalcanal, el día 13 de noviembre de 1944, un torpedo disparado por un submarino japonés impactó en la nave, provocando su hundimiento. Sólo hubo diez supervivientes entre los miembros de la tripulación. Entre ellos no se encontraba ninguno de los cinco hermanos Sullivan.

A raíz de esta tragedia, que conmovió a la opinión pública y a las propias Fuerzas Armadas, el Departamento de Guerra de los EE UU estableció la conocida como Sole Survivor Policy, protocolo de actuación militar que limita tanto el número de hermanos destinados en un mismo destacamento como el propio alistamiento, a fin de que no volviese a suceder una circunstancia tan luctuosa.



Llevar a la pantalla esta terrible historia suponía (siempre lo supondrá) un tremendo desafío para todo aquel que se proponga realizarlo. Semejante circunstancia funesta no puede frivolizarse, y grande es el riesgo o tentación de ceder a un relato melodramático y lacrimógeno —y todavía peor, patriótico o ¡antipatriótico!—, el cual honraría de modo harto dudoso (y aun, “inconveniente”) la memoria y el horrendo sacrificio de los Sullivan. Una empresa de este género sólo cineastas de talento y buen pulso narrativo, de ánimo contenido y fina sensibilidad, podían afrontarla con éxito. Sam Wood o George Stevens, son nombres que me vienen inmediatamente a la mente a propósito de la cuestión. Y, claro está, John Ford, quien en 1928 realizó el film Cuatro hijos (Four Sons), de temática pareja, y con unos resultados memorables.

Sea como fuere, el tratamiento del asunto y la dirección de Lloyd Bacon son, en este caso, impecables. Logrando el más difícil todavía: combinar comedia y drama en una tragedia de alcance descomunal; narrar la génesis y el desarrollo de una familia y su posterior destrucción; mostrar la plenitud y el vacío, la vida y la muerte, la alegría y la pena de los Sullivan; describir el insondable dolor de una pérdida múltiple, que, después de todo, no ha sido inútil, porque nada hay que reprochar a quienes han obrado libremente; emplear la economía de medios para contar la más compleja de las cuestiones humanas: el hilo anudado que lleva de la vida a la muerte.


Las primeras secuencias del film encadenan los sucesivos bautizos de los hijos de los Sullivan, de fe católica. Nacen y crecen. Vemos los cinco petos rurales, que visten los niños, secándose al sol en el tendedero de la casa: escenario y  motivo narrativos inteligentes e ingeniosos, que va marcando el devenir de los hechos. Los chicos crecen y se hacen hombres. Basta un plano de cinco pantalones largos (en lugar de los petos), sujetos por pinzas y oreándose, para señalar el cambio de edad de los personajes y de actores que los encarnar. Cada mañana al ir al trabajo atravesando el jardín, el sombrero del padre (Thomas Mitchell) tropieza con la cuerda de tender la ropa, cayendo al suelo. Con el paso de los años, Al (Edward Ryan), el menor de los Sullivan, se hace mayor. Al salir un día de casa para ver a la novia, topa su sombrero con ese simbólico cordón que lleva de la infancia e inocencia a la juventud, la cual, ay, madurará poco tiempo.


La mayor parte del metraje de la película se concentra en mostrar la vida cotidiana de los Sullivan, general y regularmente alrededor de la mesa del comedor donde hacen las comidas. También sus juegos, sus travesuras, sus peleas (The Fighting Sullivans) con los amigos de la barriada, la reparación y botadura de una barcaza con la que surcan el río durante unos minutos hasta que (aciaga premonición) naufraga, pues inexpertas son las manos y las mañas de los muchachos con pasión por la aventura. 

Procurando aminorar las fatigas de la madre (Selena Royle), quien debe salir constantemente al exterior de la casa para proveerse de leña con la que avivar la cocina, deciden, en ausencia de los padres, darles una sorpresa: adosar una leñera en el muro de la cocina. Pero, las tan torpes como voluntariosas habilidades de los chavales producen más destrozos que construcciones. Tampoco olvidan los cinco hermanos cada mañana salir corriendo hasta el depósito de agua situado en la estación del ferrocarril y desde lo alto de la torre despedir al padre que parte en el tren a su trabajo.


Ya crecidos, van decidiéndose sus aficiones y oficios. Al, cosa habitual, desea seguir a los hermanos mayores, pero todos insisten en que termine los estudios: al menos uno de los Sullivan tiene ir a la Universidad. Ello no impide que sea el primero de los vástagos en casarse, muy tempranamente (él no lo sabe, pero debe vivir deprisa), con Katherine Marie (Anne Baxter), quien da pronto otro descendiente a los Sullivan.

Ataque de Pearl Harbor. Los cuatro hijos mayores acuden al centro de reclutamiento. Al, marido y padre, con obligaciones familiares, los ve partir. La esposa comprende la desazón del marido, y no será ella quien separe y destruya la unidad de los cinco hermanos. Le pide, pues, que se una a ellos, hasta la muerte. Y ésta llega, ay, muy voraz, tumbándolos de un mismo manotazo letal.




¿Cómo informar a unos padres, a una hermana, a una esposa, que los cinco muchachos Sullivan han muerto en el frente de batalla? ¿Cómo describir semejante desgracia en un film? Con brevedad y circunspección, con contención y sin profusiones de sentimientos, el teniente Robinson (Ward Bond), el mismo oficial que los alistó pocos meses antes, se presenta en el hogar de la familia. Trae malas noticias y lo sabe, aunque en un primer momento no es plenamente consciente de la enormidad del mandado. Brevedad y pocas palabras. Con ansiedad, Katherine Marie pregunta si es Al, su esposo, la víctima. “All five” (los cinco), responde escuetamente el mensajero del dolor. Silencio. La hermana sube llorando a su habitación. La joven viuda pronuncia el nombre de su hijo huérfano: Jimmy… Los padres callan y miran un horizonte truncado. Finalmente, a la madre de los Sullivan sólo le cabe repetir dos palabras en recuerdo de sus hijos: “All five” (los cinco).


La última secuencia retoma el bautizo como el mismo motivo con el que arranca el film. La Armada ha decidido dar el nombre de “The Sullivans” a un nuevo buque. Presiden el acto de botadura del destructor lo que queda de la familia Sullivan. La madre es la encargada, según la tradición, de hacer chocar la botella de champaña contra el casco de barco. Mientras la nave va… a recibir el agua bautismal del mar, la madre dice al padre: “Tom, nuestros chicos vuelven a navegar juntos”.



6 comentarios:

  1. Uff..qué palo. Me parece tan tremendo..primero te presentan la vida de una familia y luego..la tragedia. La guerra es un horror. Supongo que en esos años, el cine tambien se sumó a la exaltación del honor y el sacrificio patriótico.
    Además basado en hechos reales..
    Me ha recordado en parte el drama de Salvad al soldado Ryan. Es el leit motiv de la historia, encontrar al soldado porque todos sus hermanos han muerto y para devolverle a su madre al menos uno vivo. No sé, supongo que la narración es bien distinta asi como el desenlace.
    Como suele ser habitual, desconocia ésta pelicula que nos presentas, con tres actores sobresalientes, Thomas Michell, Anne Baxter y Ward Bond..el resto no me resulta tan familiar.

    Salucines

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    1. La película, amiga Abril, es tremenda, por lo que tiene de desgarradora, pero también de artísticamente excelente. Y, en efecto, ya que se trata de darle un tomo de documento al film, fue un acierto que el casting de los cinco hermanos no incluyese actores famosos. Porque esta es la historia sobre la vida y la muerte de una familia corriente... Hay que verla.

      Salucines

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  2. No la he visto, pero veo que es de la fox. Jack Warner decía a sus drs."No me diga como rodar la escena,dígame cuando estará terminada"

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    1. Bienvenido, Toni, a Cinema Genovés y gracias por tu comentario.

      Esta película debe verse, por múltiples motivos. Destaca, además, por ser un film sobresaliente en la filmografía —muy discretita— del director, Lloyd Bacon.

      Salucines

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  3. Vi esta pelicula en un cine de los llamados arte y ensayo, y llore a moco tendido, la ultima secuencia cuando se ven los cuatro hermanos mayores caminando sobre las nubes y como siempre el menor siempre iba tarde corriendo y diciendo !esperadme!, igual que le sucedia en la vida real

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    1. Gracias, Dolores, por tu comentario y bienvenida a Cinema Genovés.

      Realmente, es un film conmovedor hasta las lágrimas.

      Salucines

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