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lunes, 23 de noviembre de 2015

PLATINUM BLONDE (1931)


Título versión española: La jaula de oro
Año: 1931
Duración: 89 minutos
Nacionalidad: Estados Unidos
Director: Frank Capra
Guión: Jo Swerling, a partir de una historia de Harry Chandlee y Douglas W. Churchill
Música: Irving Bibo, David Broekman, Bernhard Kaun
Fotografía: Joseph Walker
Reparto: Loretta Young, Robert Williams, Jean Harlow, Don Dillaway, Reginald Owen, Edmund Breese
Producción: Columbia


La adjetivación suele ser unas veces pomposa exageración y otras, mera simplificación. Sea por lo general o por lo particular, el adjetivo nubla la nombradía. Podrá, asimismo, abastecer de popularidad a un nombre, mas no dotarle de excelencia y valor. Viene esta cavilación introductoria a cuento de las películas realizadas por Frank Capra y el cine capriano, capítulo de la historia del cine en el que tengo la impresión de que sucede —aunque no sólo en él— tal fenómeno.

Frank Capra es un cineasta célebre, considerado, no sin razón, como uno de los grandes clásicos de la cinematografía. Director estrella de la Columbia Pictures, no sólo se posicionó con fuerza en la productora, hasta convertirse durante décadas en su factótum de facto, sino que alcanzó tremenda notoriedad, firmando algunos de los títulos más famosos en Hollywood y en el mundo entero.


Dirige una comedia modélica, It Happened One Night (Sucedió una noche, 1934), con Clark Gable y Claudette Colbert, film al que le acompaña una famosísima sucesión de títulos, del mismo género, aunque marcados por una señal de marca: películas caprianasPor capriano suele entenderse el modelo de film inspirado tanto en el prontuario político-moral propio del New Deal rooseveltiano como en la religión católica, muy patente en el director de origen italiano, todo ello trufado de buenismo, sentimentalismo (por no decir, “sensiblería”) y emoción a flor de piel. El término contiene asimismo una elemental filosofía de la vida, según la cual con gran corazón y nobles intenciones los sueños del hombre (héroe capriano: sencillo, anónimo, ejemplar) pueden hacerse realidad, aconteciendo así lo impensable y lo extraordinario: el milagro.

Lo capriano apunta a los trabajos más celebrados del cineasta nacido en Sicilia, mas no precisamente a lo mejor de su producción. Director de gran talento y dominando con innegable oficio el arte de hacer películas, Capra, antes de ser dirigido a su vez por el patrón capriano (o cuando éste queda en un segundo término), tiene en su haber títulos notablemente facturados y de muchísimo interés. El que he seleccionado esta semana en Cinema Genovés es uno de ellos: Platinum Blonde (La jaula de oro, 1931).


A pesar del título original del film, el principal valor de Platinum Blonde no descansa sobre el nombre, el arquetipo y el mito (ya en estado de elevación) de Jean Harlow. Ni es su protagonista absoluta. Conste que hablamos de una estrella deslumbrante, que lució, para más señas, el sobrenombre de rubia platino. Tampoco el interés de la cinta queda fijado por la buena presencia de Loretta Young, quien, por lo demás, consuma aquí una formidable interpretación.

Ocurre en este caso que Jean Harlow no hace de Harlow, sino, todo lo contrario, de pretendiente convincente a novia formal, ajustada a las reglas formales de la urbanidad, y, a continuación, esposa amorosa y fiel, o sea, la legítima. La chatita presumida acaba con un palmo de narices al comprobar que, finalmente, su marido, Robert Williams, no la prefiere joven y rubia, sino young y morena, como Loretta.


Loretta Young interpreta aquí a Gallagher, así nombrada en su lugar de trabajo, por el apellido y no por propiamente por su nombre. Empleada en un periódico, tiene como colega más próximo y querido a Stew, un tipo simpático y con encanto, irónico y talentoso, el cual trata a Gallagher con camaradería, viéndola como un compañero más y de ningún modo como preciosa muchacha que, con discreción y secreto, le ama.

El intrépido reportero es asignado por el director del diario a un caso de gossip column. Muy inspirada y divertida la escena en que el jefe llama a gritos al empleado en la redacción, sin recibir respuesta: tras una mampara, Stew está mostrando a Gallagher sus habilidades en una variante del pinball de bolsillo. Adivinando su presencia emboscada, el vehemente director lanza un listín de teléfonos sobre el biombo y lo derriba, dejando en evidencia pública a la pareja, de hecho entretenida en el inocente juego de manos, aunque aparenta ser otra cosa, de ahí la reacción ruidosa y jocosa de los presentes.

En la mansión de los Schuyler residen el vástago de la familia, demandado judicialmente por su prometida al haber roto éste, unilateralmente, el compromiso matrimonial, y la hija, Ann, quien no es una chica del montón sino una atractiva rubia platino. La joven echa el ojo al reportero de inmediato, y coquetea con él. Así, con suerte, acaso dé carpetazo al escándalo que salpica el buen nombre de la casa, lo retira de la primera plana, y acaso la cosa vaya a más. Las armas de mujer de la Harlow tienen su efecto, y puesto que con el hijo no hay boda, la hay con la hija.


Pero, la pareja lleva una vida bastante dispareja. Ann es rica, sofisticada y esnob, amante de las fiestas elegantes y los amigos refinados. Stew, en cambio, es rústico y espontáneo, crecido en las calles y con hábitos de ordinary people. Pronto añora la vida agitada y bronca de la redacción del periódico. Al volver a su lugar natural, descubre que Gallagher no es, en realidad, un compañero más, sino su chica, circunstancia que el muy cenizo ha tardado en advertir.


Aunque nadie lo diría observando el reparto, la verdadera estrella del film es Robert Williams, quien realiza en Platinum Blonde un trabajo soberbio. Con un físico que recuerda al joven Mervyn Leroy y una forma de actuación próxima al estilo enérgico de James Cagney, Williams compone aquí un personaje simpático y socarrón, al tiempo que demuestra sus grandes dotes para la comedia. Pocos lo recuerdan hoy, más que nada por su infortunado destino.

Pocos meses después del estreno de Platinum Blonde, Williams contrae una aguda peritonitis (desdichada secuela de un común ataque de apendicitis), con resultado de muerte. Tenía poco más de treinta años. Seis años más tarde la compañera de reparto, Jean Harlow fallecerá también repentinamente, si bien de manera todavía más prematura. Contaba veintiséis años y por entonces Harlow ya era una superestrella refulgente, conocida popularmente como la rubia platino.




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