Páginas

domingo, 13 de noviembre de 2016

NO TOQUÉIS LA PASTA (1954)


Título original: Touchez pas au grisbi
Año: 1954
Duración: 94 minutos
Nacionalidad: Francia
Director: Jacques Becker
Guión: Albert Simonin, Jacques Becker, Maurice Griffe, a partir de la novela de Albert Simonin
Música: Jean Wiener
Fotografía: Pierre Montazel
Reparto: Jean Gabin, René Dary, Dora Doll, Vittorio Sanipoli, Marilyn Buferd, Gaby Basset, Paul Barge, Alain Bouvette, Daniel Cauchy, Denise Clair, Angelo Dessy, Jeanne Moreau, Lino Ventura



«La cultura francesa hace gala de una pasmosa habilidad para promocionar marcas, poner etiquetas y determinar el rumbo de las modas. No importa qué ámbito o área sea el conmovido. Nada escapa al savoir faire para ligar el acento francés a cualquier circunstancia o hecho. París, donde apenas luce el sol, es mundialmente conocida por  “La Ciudad de la luz”. El sobrenombre remite, como se sabe, al Siglo de las Luces y a la luminosidad artificial en la vía pública, de la que, según cuentan, fue pionera en el mundo.

»La mención de La Ville Lumière nos lleva, lógicamente, al cine. Hollywood vigoriza, durante la década de los años 40, los géneros del thriller y el policíaco. Pero todo el mundo los identifica con el rótulo “film noir”. Se le añade al producto un toque de denuncia social por aquí, un apunte transgresor por allá, y tenemos como resultado una pieza innovadora. Sin ser esta proeza suficiente, posteriormente el citado objeto es conocido como cine polar, a fin de identificar los títulos de este departamento fílmico hechos en Francia.»

Escribí esta entradilla para la entrada reservada a Alain Corneau, incluida en el diccionario Cine XXI. Directores y direcciones (Cátedra, 2013), coordinado por Hilario J. Rodríguez y Carlos Tejeda. Publicadas estas líneas a propósito de Corneau, vienen asimismo a cuento en referencia a más directores franceses.

Frente a lo que puedan creer no pocos aficionados al Séptimo Arte, el cine francés (incluso, diría, el cine mismo) no emerge de las profundidades oscuras e ignotas impulsadas por una nueva ola, la nouvelle vague, movimiento teórico-práctico de intelectuales galos y muy galanes que bascula entre la vanidad y la vaguedad, aunque provoque mucho entusiasmo y aun suma devoción. Ya existía antes. Sépase que el mundo no nació ayer, y que en la Francia de la segunda posguerra (por no remontarse más atrás) floreció una notable producción cinematográfica, representada, entre otros nombres respetables, por cineastas de talla, de los que poco se habla: Sacha Guitry, Jacques Feyder, Marcel Carné, Julien Duvivier, Georges Franju, Henri-Georges Clouzot, Henri Verneuil, René Clair, Jacques Becker...


Tengo una particular predilección por Becker, director nacido en París (1906-1960), hombre culto, emprendedor y aventurero, aficionado al cine, el jazz y los nigts-clubs, especialmente cuando provienen de Estados Unidos. Al objeto de realizar el sueño de empezar a cohabitar en los dos mundos, el viejo y el nuevo, encontró colocación, siendo muy joven, en una compañía naviera que comercializaba la ruta El Havre-Nueva York, lo cual le permitió conocer lo mejor de ambos. Se cuenta que en una de esas travesías tuvo contacto con King Vidor, quien le ofreció trabajo como actor. Pero, Becker quería ser, por encima de todo, director de cine. Y vaya que lo consiguió.

Sin haber compuesto una extensa filmografía, Becker firma algunos de los títulos más notables del cine francés: Casque d'or (París, bajos fondos, 1952); Les Aventures d'Arsène Lupin (1957); Montparnasse 19 (Los amantes de Montparnasse); Le Trou (La evasión, 1960), su último trabajo, realizado el mismo año de su muerte. De 1954 es la producción No toquéis la pasta (Touchez pas au grisbi), un film francamente sobresaliente y que merece reparar en él.

¿”Cine negro”? ¿”Cine polar”? No sé, no entiendo de esto. Si creo, en cambio, que, lo mismo que su colega y compatriota Jean-Pierre Melville (existen muchos puntos comunes en sus respectivas obras cinematográficas), Becker está interesado en recrear, y recrearse, en el mundo del hampa, de la delincuencia desorganizada, de los bajos fondos. No es casual que el arranque mismo de No toquéis la pasta, así como el desarrollo de la película, recuerde mucho Bob le flambeur (Bob, el jugador) realizada por Melville dos años después de aquélla, en 1956. Un plano aéreo de París, amenizado por la música por Jean Wiener, sirve de fondo para los títulos de crédito del film, prefacio que concluye aterrizando la imagen en el barrio de Pigalle.


En las entrañas del área más caliente de la capital del Sena, operan dos gángsters, veteranos ladrones de guantes de cuero curtido, Max (Jean Gabin) y Riton (René Dary), y allí también frecuentan los bares, restaurantes y night-clubs, acompañados por sus muñecas, Lola (Dora Doll) y Josy (Jeanne Moreau). Ambos truhanes siguen la vieja tradición (golpes, chicas, alcohol, dinero, fiestas), aunque el tiempo no pasa en balde. Riton abofetea a Josy cuando la descubre esnifando cocaína (el símbolo de la nueva generación de delincuentes) y Max, sencillamente, está cansado, cuando la noche golfa no ha hecho más que empezar.

Los dos amigos han logrado amasar un sustancioso botín, condensado en lingotes de oro, y acaso sea ya hora de retirarse discretamente. La presencia de bandas rivales, nueva ola hampona capitaneada por tipos duros, como Angelo (Lino Ventura), pugna por hacerse con los piezas ganadas y disfrutadas por los viejos colegas. Max ha llegado a dicha conclusión (la última fuga del atracador), aunque Riton todavía desea quemar sus últimos cartuchos. Las preferencias de ambos son distintas. Para el racional Max lo esencial es que la competencia no toque la pasta, mientras que el pasional Riton vigila como un halcón que nadie toque a su chica. Con todo, e independientemente de la diferencia de temperamentos y caracteres, el sentido de la amistad y la lealtad sigue sosteniendo esta hermandad de sangre, a las duras y a las maduras.


Incluso cuando penetra en territorio “apache”, hasta cuando afronta la temática del “cine de acción” (thriller, policiaco, hampa), Becker dirige películas con mano firme, pero templada, sin ligerezas, apreturas ni apresuramientos, sin necesidad de dejarse llevar por travellings enérgicos o uniendo las escenas y secuencias mediante encadenados frenéticos. Los personajes no se precipitan en sus acciones, tampoco los protagonistas en sus actuaciones. Tienen tiempo (franceses a la postre, noblesse oblige) para tomar un bocado de fino foie-gras y un poco de pastel, beber un trago de buen vino, escuchar la música preferida, hacer el amor. Las llamadas telefónicas nocturnas, los imprevistos, los contratiempos, sobresaltan e incomodan hasta a quienes viven al filo del crimen y la ley, hasta el último aliento…


Ocurre que Becker (también Melville) es un cineasta que se contiene y se detiene en las vivencias y aun en las tribulaciones de los personajes, procurando auscultar sus emociones más que simplemente registrar sus movimientos. Sucede que nos hallamos en el corazón de un cine con alma de tragedia, rendido a la fuerza del destino y la necesidad, al riguroso suceder de las cosas. No es injusta la vida. Lo injusto sería pretender contrariarla.







No hay comentarios:

Publicar un comentario